Victoria Tagle Cavieres: La primera mujer ingeniera agrónoma de Chile y Latinoamérica, se tituló hace 100 años
Un hito para el avance femenino y la historia del país.
“Era mal visto que la mujer estudiara y peor todavía con tantos hombres”, señalaba en 1985 Victoria Tagle Cavieres, quien el 22 de noviembre de 1922 se convirtió en la primera ingeniera agrónoma titulada de Chile y Latinoamérica, luego de egresar del Instituto Agronómico de Chile.
Vivió 103 años y dejó la puerta abierta y el camino avanzado para todas las ingenieras que hoy siguen sus pasos. Innovadora y pionera, tuvo que hacer el trabajo práctico en el campo acompañada de una tutora, pues eran territorios exclusivamente masculinos. frente a lo cual se volcó al laboratorio, donde hizo grandes avances en el campo de la fitopatología.
La “Toyita”, como le decían, fue una pionera. Parte de su familia dijo que “deshonró” el apellido al estudiar y trabajar en lo que quería. Esto sumado a que nunca se casó.
Ella misma describió sus recuerdos en la vieja Escuela de Agronomía de la Quinta Normal: “Mi papá me dio permiso para ir a las prácticas, pero con una señora que me acompañaba. Era mal visto que la mujer estudiara y peor todavía con tantos hombres. Una vez me encontró una tía y me acusó de haber rebajado el apellido” (Colegio de Ingenieros agrónomos, 1985).
El decano de la Facultad de Ciencias Agronómicas, Gabino Reginato, celebró el centenario de esta mujer que abrió el camino a quienes le siguieron. “Marca un hito para la profesión. Tempranamente, busca insertarse en el ámbito agronómico, solicitando ser incorporada a la SACH, Sociedad Agronómica de Chile, y posteriormente se desempeña profesionalmente en los Servicios Agrícolas. Hoy, 100 años después, la Universidad llama, con motivo de celebrarse los 180 años, a un “un futuro con todas y todos”, que bien pudo escribirse cuando Victoria recibió su título”, dijo el decano.
Victoria Tagle trabajó en su vida profesional en distintas reparticiones: Se inició en la Corporación de Ventas de Salitre y Yodo, trabajando por 10 años. Luego ingresó al Ministerio de Agricultura, específicamente al Laboratorio de semillas y semilleros experimentales del Departamento de Genética y Fitotecnia de la Dirección General de Agricultura. Después, ascendió a Jefe del laboratorio del Departamento de Sanidad Vegetal. Se perfeccionó con diversos viajes al extranjero visitando organismos relacionados con su actividad profesional.
Uno de los estudiosos de su vida es el bibliotecario documentalista de la Facultad de Ciencias Agronómicas, profesor Pedro Calandra, quien la conoció y tuvo la oportunidad de compartir con ella. “Fue una innovadora para su época, en su vida profesional y personal. Su gran aporte en el campo es la fitopatología, que son los pesticidas y químicos para el Agro. Ella trabajó para el Servicio Agrícola y Ganadero, para INDAP, tasando y valorando la aplicación de pesticida y eso le abrió un campo a todas las mujeres en el área. Hoy día hay congresos de fitopatología, hay una asociación de fitopatólogas y en su mayoría son mujeres”, rememora.
La brecha de género persiste
Leslie Rauld Olave, coordinadora de la Oficina de Género, Diversidades e Inclusión (GDI) del Campus Sur, valora que se le reconozca para recordar e instalar en las generaciones de las estudiantes que existió una predecesora que abrió camino contra todo pronóstico.
“Sabemos que hoy se garantiza el acceso a la educación superior de las mujeres y que incluso hay carreras que se han ido feminizando. Sin embargo, esto no significa que al interior de las carreras se experimente un cambio cultural donde existan condiciones que garanticen la igualdad de género”, dice Leslie.
Agrega que en Campus Sur todavía existe una suerte de conformismo al creer que el acceso de las mujeres es lo que viene a garantizar la igualdad y que con eso es “suficiente”.
“Lo que necesitamos es generar realmente un cambio de paradigma desde el enfoque de género y sabemos que esto es un trabajo de largo aliento. Primero, viene un proceso de sensibilización y concientización de prácticas y dinámicas que son a la base patriarcales y profundizan la desigualdad, y en un segundo momento, y de manera más profunda, la transversalización de género, es decir, que efectivamente se inunde cada espacio con prácticas que garanticen la igualdad sustantiva y -sobre todo- construyan un camino más amigable para tantas mujeres que deciden entrar al mundo del agro, que ha sido por años un mundo masculinizado”, afirma.