“Siempre pensé que, al independizarme, podría ahorrar para tener una casa o lo que sea. Pero con la situación económica actual, ya tengo cero esperanzas”: La lucha millennial por una independencia digna
Los altos precios, los bajos sueldos y los muchos requisitos son parte del panorama que afecta a toda una generación.
Sueldos bajos, alta inflación y arriendos que solo durante 2022 han subido un 25% son parte de los factores que afectan principalmente a la generación de menos de 35 años, que ya se han dado cuenta de una dura realidad: Que la promesa de que al tener estudios, ahorrar y ser constante para lograr una propiedad, no se cumplirá.
De hecho ni siquiera queda ahí, ya que muchas veces sacar una carrera y trabajar de ella ni siquiera alcanza para arrendar con una comodidad mínima, ya que lo que pueden pagar solo alcanza para departamentos pequeños, en esquinas ruidosas y en zonas lejanas.
En La Tercera se publicaron seis relatos de jóvenes que dan cuenta lo difícil que es encontrar arriendo en la capital, y las pocas esperanzas que hay para conseguir la casa propia. Aquí te presentamos algunos de ellos:
Cama y comedor
La vida adulta de Camila Soto comenzó en San Joaquín y eso no era lo que ella había imaginado. El futuro al que se proyectaba, mientras estudiaba Ingeniería Civil Industrial, era el de una mujer independiente, arrendado sola en Santiago Centro. No tanto porque le encantara la comuna, sino más bien porque era lo que pensaba que podría pagar y la mejor posibilidad a su alcance.
El destino, sin embargo, lo complejizó todo. Una relación familiar difícil la apuró a dejar el hogar a los 23 años. Sebastián Ortega, su novio tres años mayor y funcionario de la PDI, quiso acompañarla. Terminaron en un estudio de 43 m2, vecino al metro Rodrigo de Araya, porque el dueño no pedía tantos papeles para cerrar el contrato por $360 mil mensuales. Cuando se instalaron, aprendieron que no entraba una lavadora y que en el balcón sólo entraba el arenero de su gato. Pero fue el ruido de la Línea 5 lo que terminó convenciéndolo de irse en 2021. Tenían un presupuesto de $400 mil. Encontraron uno de 50 m2, de un dormitorio y un baño, cerca del Portal Ñuñoa. Valía $410 mil y cobraban $100 mil por gastos comunes. El precio superaba el tercio del sueldo de Ortega, y subió $10 mil este año, pero lo tomaron igual. El espacio se les sigue haciendo chico. Soto, ahora una analista de operaciones de un banco, usa el comedor como escritorio para teletrabajar. Los almuerzos y las cenas, entonces, son arriba de la cama. El ahorro aún cuesta, porque ella paga el CAE y un tratamiento por alergias.
“Uno ve a otras personas que no tienen la deuda universitaria, que estudiaron una carrera técnica, y las ves con auto, viviendo solos y es súper frustrante. Muchas veces me cuestionó si estuve bien estudiando lo que estudié”, dice Soto, a quien también la asusta pensar qué pasaría si su relación de pareja termina: “porque tendría que irme a una pieza. No me daría para algo yo sola”.
El costo europeo
Cuando Maykol Acosta (32) llegó a Santiago desde Caracas, en 2017, le sorprendió una cosa: lo caro que podía ser vivir en esta ciudad en donde, por ejemplo, un estudio de 27 m2 cerca de Santa Lucía costaba $280 mil mensuales. Acosta llegó a un lugar así, que compartió con un compatriota, para después mudarse al barrio Italia con una pareja. Las veces que conversaba con sus amigos repartidos por el mundo, Acosta, un arquitecto que trabaja en una constructora, reparaba en un detalle trágico y gracioso: “los valores de los arriendos en Santiago competían con los precios que mis amigos pagaban en España. Hacíamos las conversaciones y quizás había un 20% de diferencia”.
En 2020, un poco antes de la pandemia, quedó soltero. Eso lo obligó a encontrar un lugar con un presupuesto que había fijado en medio millón mensual. Dice que visitó unos 20 departamentos donde las corredoras lo descartaban por no ganar lo mínimo que exigían: tres veces el precio del arriendo. Finalmente dio con uno de 85 m2 en un viejo edificio cerca de la Villa Frei, que lo mostraba el mismo dueño. El precio, cuando cerró el contrato, era de $470 mil, además de $60 mil en gastos comunes. Dos años después subió a $550 mil y $70 mil, respectivamente. Acosta, entonces, hizo los obvios: compra mercadería una vez al mes, dejó de salir a comer y restringió las salidas los fines de semana. También usó su creatividad: como su moto no ocupaba todo el espacio de su estacionamiento, le alquiló el espacio inutilizado a alguien más. Nada de eso le quita el sueño. “Para mí –dice– el libre mercado está perfecto”.
Bienvenida a Santiago
La promesa de ser trasladada a Santiago significaba varias cosas para Priscila Flores (35). No era sólo la posibilidad de dejar Concepción, sino que también de ganar un mejor sueldo como química farmacéutica, establecer redes y, claro, vivir mejor. Por eso dijo que sí a esa oferta el año pasado. Llegó a la capital en octubre. Y, al menos en lo que el mercado de arriendos respecta, la ciudad no era lo que esperaba.
“Había pocas ofertas. La mayoría eran de departamentos de 37m², de un solo dormitorio, que podían estar entre $400 y $500 mil. Aparte que pedían muchos requisitos. No sólo ganar tres o cuatro veces el valor del arriendo, sino que también tener un aval”.
Flores se quedó con uno de 70 m2, cerca del metro Baquedano. Le partieron cobrando un alquiler de $357 mil, pero a comienzos de 2022 se lo subieron a $397 mil. Sus gastos comunes, dice, fluctúan entre los $80 y $95 mil. Haciendo los cálculos llegó a una conclusión desalentadora: todo en Santiago costaba el doble.
“Cuando vivía en Concepción, todos los meses lograba ahorrar una buena cantidad de dinero. Pero ahora nada, incluso he tenido que recurrir a los ahorros cuando mis gatitas se han enfermado. Allá no había problema si tenía algún imprevisto, pero aquí se me complica más”.
Esa vida más cara de lo que había imaginado, tuvo una consecuencia más. Priscila Flores tuvo que corregir bruscamente sus expectativas: “Siempre pensé que, al independizarme, podría ahorrar para tener una casa o lo que sea. Pero con la situación económica actual, ya tengo cero esperanzas”.