El primer encuentro de Ignacio Olivares con la música en vivo fue junto a su padre, a los 12 años, en un Club de Jazz de Santiago. “En ese momento yo no tenía ninguna idea de música. Me impresionó. Cada instrumentista pasaba adelante del escenario para mostrar su improvisación y una vez que terminaba, daba un paso atrás y se unía al resto del ensamble”, cuenta Olivares en una entrevista con Culto.
Luego de esa noche con su padre, Olivares se metió de lleno en la música. Primero como guitarrista de jazz. Y eventualmente como programador de radio. “Ahí partió todo”, dice.
Al preguntarle qué se necesita para armar una parrilla de canciones responde que “ahora está la tecnología”. Hoy solo basta con un escritorio y un computador. Y un software que ayude a calendarizar las canciones dependiendo de la hora y el día en que saldrán al aire.
“Pero antes los programadores musicales tenían enciclopedias, revistas y miles y miles de discos. Muchos de estos con rayados que decían cuándo fue la última vez que tocaron tal o cual canción. Más que oficinas eran como entre disquerías y bibliotecas”.
¿Y su sello?
Responde que no lo tiene tan claro. “Más que sello me gusta hablar de pinceladas musicales”. Cada día pasan en promedio entre 200 y 300 canciones por la radio Duna. Todas son supervisadas por Olivares, quien las divide entre altas y bajas.
Las altas son, canciones bastante conocidas que a lo largo de la semana siguiente serán tocadas con más frecuencia; y las bajas son otras canciones, como lados B, versiones acústicas o artistas nuevos, que no se repetirán tanto.
La identidad de una radio se conforma con varias cosas. Una, claro, son los locutores. Sus voces. Y los tipos de programas. Esa es la parte más “visible” de la radio. El contacto directo entre auditor y locutor.
Lo otro es la música. La cantidad, el orden y el cruce de canciones. Es una labor más invisible y poco glamorosa, comenta Olivares. “Es como una especie de alma invisible que pulula entre los pasillos de la radio haciendo algo que nadie se quiere hacer cargo. Solo lo hacen los que realmente les gusta la música”.
Si bien en el mundo anglo los programadores todavía tienen algo de poder y fama, en Chile la radio, tal como la conocemos hoy, deriva de los noventa. En esa década comienza la segmentación. “Antes te hacían imaginarte a un auditor para armar las listas de canciones. Te decían: Mira, este tiene tal edad, es hombre, o mujer, viene de determinado lugar, se viste así, come esto, ¿cachai? Tiene este ingreso. Etc. Había que imaginar casi como un currículum vitae de un auditor”.
Luego de eso, con la segmentación de las radios, con estudios de consumidor que aclaran el tipo de audiencia, el medio cambia un poco. Porque ya es más claro lo que le gusta escuchar y lo que no le gusta escuchar a los chilenos. Y ahí el trabajo del programador de radio, o director de programación, también cambia. “En esa época las discográficas tenían poder sobre uno. Llegaban con un disco nuevo y te decían: Solo puedes tocar esta canción porque es el single. Aunque te pareciera que tu público prefiriera otra, solo podías poner esa en la parrilla”.
Ya pasados los dos mil, con internet, y ahora con Spotify, las discográficas ya no tienen tanto poder.
“Ahora es una pega de software y curatoría”, dice. “Yo ocupo un programa en el que pongo una cantidad de canciones y el programa las mezcla cosa de que, no sé, queden dos altas y dos bajas en un bloque. Digamos que una de los Beatles y otra de Bruce Springsteen y luego algo menos conocido. Una baja. Pero ahora la disquera ya no me obliga a poner una canción en especial. Ahora puedo poner la canción que yo quiera. Y ahí es donde entra la guata”.
La intuición del programador es algo clave para crear y mantener la identidad de una radio.
¿Los algoritmos van a matar al programador de una radio?
“Algo así”, dice. “Va a haber un modelo de inteligencia artificial que imite todo lo que estoy haciendo como programador. Hasta las mañas”.
Revisa toda la entrevista completa aquí