Lás últimas cartas de Pizarnik
1971 – Un hilito de vida le queda aún a la poeta argentina Alejandra Pizarnik, que lo invierte en gran parte en escribir cartas a sus amigos como esta para Cortázar. Un espacio de Bárbara Espejo.
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1971 – Un hilito de vida le queda aún a la poeta argentina Alejandra Pizarnik, que lo invierte en gran parte en escribir cartas a sus amigos como esta para Cortázar. Un espacio de Bárbara Espejo.
1972 – Una de sus destinatarias favoritas, obsesiva casi, es la tremenda Silvina Ocampo, mujer de Adolfo Bioy Casares que la acogió y no se sabe exactamente en qué se convirtió esa protección, pero la Pizarnik decididamente la abordó, Ocampo le hizo el quite al final. Un espacio de Bárbara Espejo.
Rodrigo Santa María repasó la biografía acuciosa a 50 años de la muerte de la poeta.
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1972- La poetiza Alejandra Pizarnik despliega toda su tragedia y toda su pasión en una carta a otra poetiza trasandina fascinante, Silvina Ocampo, la mujer de Adolfo Bioy Casares, 33 años mayor. En la voz, Bárbara Espejo.
1971-Entre ellos se escribieron cartas de enorme valor emocional a través de las que ella reconocía sus miserias y Julio intentaba consolar su autoestima destruida a ver si así en algo ayudaba a enfrentar la depresión y el alcoholismo.
Andrógina, extraña, nunca linda, pero tan graciosa que era irresistible, con esos pantalones y su cabeza grande en un cuerpecito menudo como de muchacho, deseó, aparentemente, a hombres y mujeres sin diferencia ni descanso.
Andrógina, extraña, nunca linda, pero tan graciosa que era irresistible, con esos pantalones y su cabeza grande en un cuerpecito menudo como de muchacho, deseó, aparentemente, a hombres y mujeres sin diferencia ni descanso.
El 14 de julio de 1965, cuando han pasado casi un año sin verse, Julio Cortazar le escribe a Alejandra Pizarnik desde la capital francesa.
“Por aquí todo ha cambiado (todo desde 1964): calles invadidas por una manga de canas, deleznable y jóvenes (cómo me aburren) autodenominados hippies, así como una preeminencia de presuntuosos colores sicodélicos – todos se subordinan al anaranjado, que Freud nos ampare”, escribe la poeta y traductora argentina.