Nicolás II y Alejandra: El adiós de los últimos zares
“Hasta pronto, mi pequeño pájaro, mi sol, mi marido. Por siempre, tu mujer y tu amiga hasta la muerte”, le había escrito en una carta antes de un viaje Alejandra a Nicolás. Y así tal cual sería.
Duna
/Sonidos de tu Mundo
“Hasta pronto, mi pequeño pájaro, mi sol, mi marido. Por siempre, tu mujer y tu amiga hasta la muerte”, le había escrito en una carta antes de un viaje Alejandra a Nicolás. Y así tal cual sería.
Nicolás II y Alejandra, los últimos zares de Rusia, fueron protagonistas de una gran y trágica historia de amor, una de las más intensa de la historia rusa y, de todas maneras, la más poderosa de la dinastía Romanoff.
Juntos se convirtieron en la pareja romana modelo. A pesar de su riqueza y de su poder, el emperador y su familia siguieron viviendo modestamente en su casa del Palatino, la emperatriz nunca llevó en exceso joyas ni pretenciosos vestidos, fue el brazo ejecutor del plan de Augusto para el imperio.
Richard y Patricia se conocieron en 1938. Aficionados al teatro, ambos acudieron a las audiciones para la obra de teatro La Torre oscura en California. Para él fue un flechazo. Aquella misma noche le pidió la mano. Ella se hizo de rogar
Ambos eran de color. Él, un hombre profundamente religioso y figura simbólica, nacional e internacional, de la revolución protagonizada por los negros del sur de Estados Unidos. Ella, una prometedora cantante lírica que había logrado superar la mayoría de las barreras que imponía una sociedad de blancos.
Se casaron al año de conocerse y uno más tarde, Sharon había dejado su carrera cinematográfica para dedicarse por completo a su embarazo y a la llegada de su primer hijo. Polanski siempre recuerda el tiempo que estuvieron juntos como el mejor momento de su vida.
Fueron el matrimonio más popular de EE.UU. hasta que llegaron los Obama y, por supuesto, los desplazaron a un segundo o tercer lugar.
Casi fue la historia de amor perfecta, pero no. En cambio se convirtió en uno de los triángulos más insignes.
Según Davis, nadie los presentó. Él un día le hizo una seña para que se acercara y ella obedeció. No hablaba una pizca de inglés. El trompetista no hablaba nada de francés y, sin embargo, se entendieron.
Es tal la influencia de David Bowie y tan grande nuestra admiración por él, que atraviesa desde siempre parte importante de lo que sucede en los sonidos de tu mundo, aquí en Duna, es parte de nuestra fiesta de 25 años y es parte hoy de Amores Notables.