Estábamos en un proceso de confrontación muy grande, muy radicalizado. Con un gobierno que era minoría, que estaba detrás de un proceso de cambios profundos, dentro de su propia concepción ambivalente dentro de su propia coalición. Unos hablaban del marxismo leninismo, otros hablaban de socialismo en democracia. Y nosotros éramos oposición leal, pero a su vez estábamos con otro sector que era más a la derecha, que estaba en actitud de quiebre, no tanto de entendimiento.
Yo era senador e hicimos un esfuerzo el viernes, antes del martes 11. En el consejo del partido llegamos a la conclusión de renunciar a nuestros cargos y provocar un plebiscito. Eso se propuso al gobierno para dar una salida, porque estábamos viendo todos que el diablo llegaba, que había posibilidad de un golpe.
En el mes de agosto el Cardenal había tenido el diálogo con Allende y con Aylwin (…) donde en definitiva no se llegó a la posibilidad de entendimiento. Por una parte, porque dentro del propio gobierno de Allende había gente que no estaba dispuesta a entenderse con la Democracia Cristiana. Y había gente del otro sector, incluso dentro del propio partido, que no estaba dispuesta a un diálogo. Y Patricio Aylwin se la jugó por la posibilidad del diálogo pese a que dentro del partido había alguna oposición, no mayoría.
Entonces, estaba en el senado el lunes, después de haberse hecho esta propuesta de renunciar a nuestros cargos y provocar un plebiscito, y llegó una persona de civil. Esa persona me dijo ‘mire, esta noche es el golpe’. No sabía quién era, no le tomé nota ni lo consideré una cosa seria, porque todo el día el mundo hablaba de que había posibilidad de golpe.
Llegué esa noche a mi casa y me encontré con dirigentes sindicales de Mineral El Salvador. Yo era senador por esa zona, por eso fueron a mi casa a preguntarme qué podían hacer. Me acordé de la conversación. Les dije que tenían que volverse a El Salvador, nada más. Me dijeron que no tenían suficiente bencina y entonces les pasé bencina que tenía en mi casa, en unos bidones, porque en ese tiempo uno guardaba bencina para poder trasladarse. Les dije que se fueran. Me acosté en la noche y no le dije a mi señora, no le di la importancia de que realmente sería algo así.
Cuando suena el teléfono a las siete de la mañana, antes de levantar el teléfono, le dije a mi señora: el golpe. Como diciendo algo para que no me pillara de sorpresa.
En el partido había un acuerdo por si acaso se producía cualquier intervención, porque no se sabía si el golpe venía de un lado o del otro. Tanto que el comentario esa mañana era si acaso el golpe iba a favor del gobierno o iba en contra.
El sistema que había estructurado el partido era para poder salir de sus casas e irse a un lugar donde nos íbamos a contactar por si acaso el golpe se daba en una mano o en otra mano. Y, efectivamente, nos levantamos, trasladé a mi familia, me cambié y ahí tomé contacto con el partido, después de producidos los hechos tan dramáticos, como fue el propio bombardeo a La Moneda que me tocó ver desde una casa que no era mía. Y quedé brutalmente impactado, porque nunca pensé que podía llegarse a tanta brutalidad.
Después supe, incluso, que ni el propio Allende sabía si Pinochet estaba o no estaba con él. Me acuerdo que Carlos Briones, que era ministro del Interior, me contó que Allende le dijo ‘qué será del pobre Augusto’. Y yo personalmente estaba convencido de que Pinochet estaba del otro lado. Porque en el mes de agosto, en la Comisión de Defensa, donde fueron los cuatro comandantes en jefe, el discurso de Pinochet contra Allende fue salvaje, en contradicción con lo que dijo Leigh. Eso me quedó grabado.
Con el partido nos pudimos reunir no el mismo 11, sino que el día siguiente. En esa reunión, que hicimos en la casa de Héctor Valenzuela, estaba Frei y Aylwin, entre otros. Luego nos reunimos en la iglesia San Pedro. Y ahí se produce la famosa división de las declaraciones.
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