Gonzalo Pavón por Brexit: “Hubo un error de cálculo gigantesco por parte de Cameron”

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El director de Medios Digitales de Grupo Dial y máster en Teoría e Historia en Relaciones Internacionales, hizo un repaso histórico y vivencial sobre la presencia del Reino Unido en la zona Euro.

Gonzalo Pavón estuvo en nuestro especial por el referéndum que votará la salida del Reino Unido de la Unión Europea, haciendo un repaso desde las repercusiones de la Primera Guerra hasta el Brexit pues, como apunta en su columna al respecto, “la destrucción que comenzó en 1914 ató indefectiblemente a las principales potencias europeas”.

En conversación con Hablemos en Off, el periodista señaló que “los ingleses siguen atados a Europa”.

“El 51% de las exportaciones de los bienes británicos llegan a la UE y el 45% de los servicios”, señaló el periodista como uno de los ejemplos de por qué la Unión Europea es tan fundamental para el Reino Unido.

En cuanto a la apuesta que hizo el primer ministro David Cameron por la promesa de campaña del referéndum, Pavón indicó que “cuando Cameron anunció que iba a hacer este referendo si llegaba a ganar el 2015, no tenía cómo prever la oleada de inmigrantes que irrumpieron el último tiempo (…) hubo un error de cálculo gigantesco por parte de Cameron”.

Por otra parte, el periodista señaló que los sondeos en referencia al “Brexit” han variado. “Las últimas encuestas están teñidas por el triste asesinato de la diputada Jo Cox, que impulsó a votantes a favor de la permanencia de decidir votar”.

“Tengo la impresión de que tanto los ingleses como Gran Bretaña se sienten parte de los valores europeos (…) si llega a ganar el Brexit es que hay un quiebre en términos culturales”, agregó el periodista.

 

Revisa la columna sobre el “Brexit” de Gonzalo Pavón:

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, en la controversial Conferencia de París que terminó con la firma del tratado de Versalles en 1919, los líderes de las tres principales potencias vencedoras—David Lloyd George del Imperio Británico, Georges Clemenceau de Francia y Woodrow Wilson de Estados Unidos— se enfrentaron en durísimos y complejos términos con el fin de llegar a un acuerdo de reparación con Alemania. Naturalmente, cada uno tenía sus propias necesidades, y cada uno intentó poner sobre la agenda y resolver en aquellos términos que lo apremiaban.

De las necesidades que urgían al Primer Ministro Británico, hay tres fundamentales que quedaron consagradas en su Fontainebleau Memorandum: “no podemos paralizar a Alemania y esperar que pague”, escribió el Primer Ministro Británico. Aunque un tema fundamental para Lloyd George era evitar a toda costa que Alemania volviera a amenazar su posición de supremacía marítima, tampoco quería que la Conferencia concluyera ahorcando a Alemania. Además de la amenaza que llegaba desde Rusia —la revolución bolchevique era una de las preocupaciones de Lloyd George—, si Alemania se hundía en un ahogo irremontable Francia quedaría como un poderoso candidato a la hegemonía continental. Además,  tampoco tendría la capacidad para pagar lo que al desmoralizado Imperio Británico le interesaba: reparaciones civiles, ya que sus pérdidas materiales habían sido mínimas (sobre todo en comparación con las de Francia).

Por aquellos días, y más bien antes, durante la guerra, Étienne Clémentel, el ministro de Comercio de Francia, comenzó a elaborar una idea que puede entenderse como un antecedente directo de la Unión Europea: crear un sistema de control de materias primas por parte de los aliados.

Las presiones propias de cada negociador en París no consideraron esta opción. Todos, particularmente Francia y Gran Bretaña estaban demasiado encima del desastre y la desolación, y estaban demasiado cerca como para pensar en el largo plazo. Al final, como dice la historiadora Zara Steiner, los tres hicieron lo que pudieron con las pesadas condiciones que tuvieron que enfrentar.

Por qué recordar este pasaje: a pesar de su desapego geográfico, el Reino Unido ha estado presente en el corazón de todos los eventos que han modelado a Europa como la conocemos hoy.

La guerra destruye pero en su cicatrices deja un lazo imborrable. La destrucción que comenzó en 1914 ató indefectiblemente a las principales potencias europeas. A poco andar, y toda la carga de tensiones, disputas y guerras experimentadas por siglos y fueron llevadas hasta el más aterrador de los extremos en la lucha contra Hitler y el Nazismo. Pero las sombras de la Segunda Guerra marcaron un camino diferente para la evolución del continente.

Fue otro Francés quien a inicios de los 50 resucitó la idea de Clémentel y consiguió que prosperase: Jean Monnet fue el principal artífice del Plan Schuman para la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (formada por Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos), la institución antecesora de la Comunidad Económica Europea.

Para la década del 50, el 10% de las exportaciones de Gran Bretaña llegaban a estos 6 países. Entonces, como postula el Economist, fue el conservador Harold Macmillan quien impresionado por el desempeño económico del bloque abrió el camino que culminó con el ingreso del Reino Unido a la CEE en 1973. Hoy, la UE recibe del 51% de las exportaciones de bienes británicos y el 45% de sus servicios. La misma revista plantea que si bien es complejo evaluar los efectos económicos que ha tenido Gran Bretaña dada su pertenencia a la UE, según un think tank estos han sido un 55% mayores al que si se hubiese quedado fuera.

Durante la década de los 90, muchos cambios comenzaron a precipitarse rápidamente. La caída del muro, la reunificación alemana y la debacle del Imperio Soviético enfrentaron a Europa con inusitados y complejos escenarios. ¿Qué hacer con los países que formaban parte de la órbita comunista y que habían optado por la democracia y una economía abierta?

Por razones económicas, demográficas, culturales y geográficas, Alemania procuró apurar y profundizar el paso. Durante la década de 1990, germanos y franceses buscaron profundizar el proceso. Como sea, a pesar del que el principal interés del Reino Unido era la estabilidad del continente tras el fin de la Guerra Fría, el gobierno del conservador John Major fue uno de los principales promotores de la ampliación de la UE. Esto posibilitaría de extender la zona de libre comercio, y permitiría además diluir las opciones de aquellos que pujaban por fortalecer a la Unión. Era un buen mecanismo para hacerla más flexible. De 15 miembros que tenía a fines de los 90, la UE pasó a los 28 que tiene en la actualidad.

A comienzos de este año, David Cameron le puso fecha a un referendo que nadie le obligó a convocar. Ante la presión política que a inicios de esta década comenzó a llegarle desde la derecha, con la estruendosa y aunque entonces electoralmente insignificante irrupción del UKIP —liderado por Nigel Farage— a comienzos de 2013 Cameron prometió que de ganar en las elecciones generales de 2015, llamaría a referendo para preguntarle a los británicos si querían formar parte de la UE. Con esto, el actual Primer Ministro hacía frente a una larga confrontación al interior del Partido Conservador. Pero su gran error de cálculo, prácticamente imprevisible, fue cómo ha influido la crisis de refugiados que llegan desde medio oriente. Este movimiento ha atizado gran parte de la campaña del Brexit.

Durante los últimos meses, las encuestas han estado dominadas por los eventuales efectos económicos. Ante la falta de consenso respecto de estas consecuencias, hay fundamentos profundos que merecen la misma atención: la historia común de Gran Bretaña con el continente que denotan factores culturales identitarios —somos o no somos Europa— que pueden ser más determinantes en la definición de esta elección. Este argumento ha sido uno de los grandes ausentes en la discusión. Las dos opciones han sido más bien estáticas: el “Remain” ha inflado el miedo y poco ha dicho de los valores culturales; el Brexit, ha insistido en que la UE es perjudicial por su tara económica, porque representa la pérdida de soberanía británica en la que las decisiones políticas nacionales se diluyen en esta macroestructura, y porque atañe la pérdida de control de las fronteras y la inmigración.

Dados los antecedentes históricos, puede argumentarse que la idea de la UE va mucho más allá de un acuerdo político y comercial. En ella habitan valores comunes relacionados con un modelo de desarrollo compartido cuyos pilares fundamentales son la democracia, la promoción y defensa de los derechos humanos, reglas de equilibrio fiscal, estado de bienestar, mejora de las condiciones medioambientales… sin contar una raíz cultural común en la que el cristianismo es una variable significativa.

La definición por la que se vote es clave por lo que entraña en términos culturales. La idea de Europa como la conocemos hoy (y particularmente de la UE) se fue configurando sobre la devastación de dos guerras, y Gran Bretaña ha sido un actor relevante en este proceso. La estructura de la Europa de la posguerra persiguió que Alemania no se convirtiera en una potencia hegemónica. Hoy, la permanencia del Reino Unido en UE permite mantener este equilibrio.

Si ganase el Brexit, una interpretación posible es que con la ampliación a aquellos países que formaban parte de la órbita soviética se rompió esa unidad cultural. Es decir, que la salida de UK más allá de las razones contingentes o de una eventual utilización política, responde a este quiebre. Esto podría entrañar ciertas claves para lo que viene, como la salida de otros países miembros y el fin de esta idea de comunidad y de desarrollo compartido. Si se queda, puede ser (y debiera ser) una oportunidad para reformar lo que está fracasando y proyectar a la UE sobre los nuevos desafíos. Las interrogantes que abriría un desapego cultural con el continente serán de larguísimo aliento, y abrirán las páginas de nuevas preguntas y de un nuevo orden que quién sabe cuánto nos tome aquilatar.

 

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