1997 – Michael Scott tiene por entonces 19 años y es aún un aspirante a comediante que decide escribirle a una de sus mayores influencias: Phil Hartman, una carta en la que largamente le confiesa sus sueños y entusiasmos y comparte con él una cinta con algunos de sus sketeches amateur para, discreta y educadamente, pedirle algún consejo. Algunos meses después, el aprendiz se encontró en la puerta de su casa con la respuesta del maestro. Un espacio de Bárbara Espejo.