La Quijotada de Valdés (o cómo ya se perdió la confianza)
“El ministro logró erigirse como un muro de contención, respetado, escuchado y valorado. Pero no llega a tapar lo que esos agentes a los que trata de convencer ven más allá: incertidumbre”, reflexiona Cony Stipicic.
Es como un diálogo de sordos. Mientras unos alegan por el egoísta crecimiento y acusan que se gasta el tiempo en discusiones inútiles, el ministro de Hacienda dice que es el estancamiento de las exportaciones lo que tiene casi detenida nuestra economía y que nos falta sofisticar el debate y recuperar las confianzas.
Eso ya no pasó. Y pedirlo en una año electoral es, además, ingenuo.
Lo que la llegada de Rodrigo Valdés (o la salida de Alberto Arenas) le dio al mundo empresarial fue una razón para bajar la presión o más bien para despersonalizarla. Alguien que entendía los efectos de las decisiones de política pública sobre el comportamiento de los agentes económicos llegaba a Teatinos 120. Con él se podía empezar una luna de miel y relevar la discusión sobre lo importante que es crecer. Y Valdés supo rápidamente que debía reconstruir el diálogo, cerrar temas, apurar reformas y guardar otras en el cajón, pero sobre todo decir que no.
Nadie puede negar que en muchas de esas cosas el ministro ha sido exitoso. Ha atajado goles, ha logrado una relación sólida con la presidenta y los empresarios y ha ganado batallas importantes frente a un mundo político ansioso.
Valdés ha logrado instalar su discurso de que las reformas ya fueron, que no se revierten y que no son las causantes de la falta de dinamismo de la economía y que la razón es que nos olvidamos de que habíamos optado por un modelo de desarrollo basado en las exportaciones y que son éstas las que llevan 10 años estancadas. Sí, es cierto que un 1% más de exportaciones produce un 0,7% más de producto interno. Ese es un dato objetivo y Valdés sabe cómo usarlo. Pero a lo que el ministro no puede ponerle número por más que quisiera es a la confianza perdida. Esa ha sido su pelea más difícil y ya la perdió.
El sabe que puede repetir su discurso 20 veces y lo único que conseguirá es que ese mundo al que intenta convencer lo oiga, lo aplauda, asienta con sus dichos pero luego se dé media vuelta y siga pensando que todo va mal. El ministro logró erigirse como un muro de contención, respetado, escuchado y valorado. Pero no llega a tapar lo que esos agentes a los que trata de convencer ven más allá: incertidumbre. Porque en el fondo le creen mucho más a Lucía Santa Cruz cuando grita que la Nueva Mayoría ha hecho pebre las instituciones y nos lleva derecho al despeñadero socialista.
En un año electoral, además, la pelea de Valdés es contra molinos de viento. La paradoja para él es que los indicadores de confianza solo mejorarán cuando se haga más evidente que la Nueva Mayoría se irá de La Moneda en un año.