Hace 13 años fue el debut del director nacional, Pablo Larraín en el Festival de Venecia, hoy vuelve a pisar la tierra italiana con El Conde, su largometraje en blanco y negro con tintas de sátira a la figura de Augusto Pinochet, que cobra vida como un vampiro inmortal cansado de la vida eterna.
La historia del protagonista se remonta a la Francia del siglo XVIII. El anciano vampiresco llegó al continente europeo tras fingir su muerte, tras de adoptar diferentes identidades. Jaime Vadell –que interpreta al conde– llegó finalmente a Sudamérica, en donde toma su nombre definitivo y se encuentra recluido en una casona del sur de Chile. El vampiro está acompañado por su esposa –Gloria Münchmeyer– y su mayordomo –interpretado por Alfredo Castro–.
A la trama también se une una monja, quien llega a la morada del conde con cinco hijos, quienes están ansiosos por saber el monto de su herencia.
La película –que se estrenó en la segunda jornada del festival– tuvo un gran recibimiento. El décimo largometraje de Larraín recibió aplausos de largos minutos, ovaciones y comentarios que elogiando la propuesta.
Críticas
Tras el estreno, varios medios han destacado la obra, entre ellos el periódico español El Mundo, indicó que “la película avanza incómoda, libre, profundamente divertida y profundamente triste”. Por su parte, Deadline la califico como “una creación sensacional, audaz y tremendamente irreverente”.
Por otro lado, Vulture calificó la cinta como “fascinante y repulsiva” y que “podría ser el proyecto más perverso que Netflix haya firmado jamás”, destacando que pronto se integrará al catálogo del sitio de streaming. “Lo que se manifiesta más vívidamente en El Conde es la tristeza y la rabia de Larraín por lo que le sucedió a su país”, agregó a la crítica.
“Nada es fácil en este filme, frecuentemente brillante pero tremendamente retorcido, ni trabajar a través de su complicada narrativa, ni tratar de encontrar una línea moral clara en medio de todo el nihilismo sarcástico y escabroso (…) “Aquellos que podrían haber temido que una comedia negra en la que Pinochet fuera un vampiro suicida humanizaría de algún modo al dictador o disminuiría la gravedad de su reinado de terror, pueden considerar esos temores sofocados por la intransigente crueldad tanto del tema como de la forma”, añadió Vulture.
La dictadura y Larraín
The Guardian destacó que Larraín nuevamente haya decidido retratar la dictadura chilena, tras sus cintas Tony Manero (2008), Post mortem (2010) y No (2012). “Esta es otra poderosa adición a las películas de Larraín sobre la agonía actual de Chile y la lucha del pueblo chileno para enfrentar su pasado”, escribieron.
En otro ámbito, The Playlist comparó El Conde con otra cinta de Larraín: Spencer (2021). “Si rascamos la superficie, ambos filmes se presentan como un improbable díptico sobre familias disfuncionales que enfrentan los pecados generacionales que han originado y roto sus linajes”, indicaron.
Otras críticas positivas para el film nacional vino desde Deadline. “Dramatúrgica y visualmente, El Conde rebosa ideas inteligentes e imágenes sorprendentes que nunca parecen gratuitas. Es como si alguien les ordenara a Larraín y Calderón sorprender y asombrar, y ellos lo hicieran de buena gana”, escribieron y destacaron la actuación de Jaime Vadell quien afirmaron que “está magnífico mientras hace referencia a viejos recuerdos, a menudo muy, muy viejos, de lo que para él fueron buenos tiempos”.
“Oportunidad perdida”
Para IndieWire hay algunos aspectos de la cinta que dejaron que desear. “El Conde no es muy sutil (la rica dirección de fotografía de Ed Lachman entrega al filme sus únicos matices grises), y por eso se siente como una oportunidad perdida que Larraín no haya exprimido más jugo del hecho muy relevante de que sacar a un fascista del poder no es lo mismo que derrotarlo (…) Frío y oscuramente divertido (la mayor parte del humor del filme proviene de su crueldad), El Conde tiene muchas premisas y poca trama”, publicaron.
Screen Daily fue un poco más allá y realizó una dura crítica a la película: “En general, parece una oportunidad perdida y una apuesta floja de un director cuyas películas ambientadas en Chile No y Neruda fueron temáticamente muy estimulantes, además de visualmente hábiles”.