En 1970 Salvador Allende asumió la presidencia. Era el primer mandatario socialista que llegaba al poder democráticamente.
El socialista tenía una vida privada bastante polémica. Junto a su esposa, Hortensia Bussi, tuvo tres hijas: Beatriz, casada con un dirigente de las Juventudes Socialistas y estudiantes de historia, Isabel, con Sergio Meza, un reconocido socialista de la época, y Carmen, con Héctor Sepúlveda, un titulado en mecánico alejado de la política.
Hito, como le llamaban, era el único de los yernos del difunto presidente que no tenía una historia política, ni cuando Allende llegó al poder se involucró en demasía en los temas políticos.
En la actualidad estaba alejado de la sociedad, de hecho vivía en una extrema austeridad en San Fabián de Alico, en la región del Biobío de 3.500 habitantes, y producto del fuerte sistema frontal que azota la zona centro-sur del país murió ahogado.
Alejado de todo
Sepúlveda tenía 86 años y según relata La Tercera era ermitaño y vivía en una casa de madera en la precordillera. Dormía en un colchón sin frazadas ni sábanas. No tenía mucha electricidad ni refrigerador, menos televisión. Quienes lo conocieron, comentan que vivía solo y tenía contacto con muy pocas personas.
El origen de Hito es en el campo. Nació en el interior de Chillán y ahí fue criado. Casi toda su adolescencia y juventud vivió allí, hasta que viajó hasta Santiago para estudiar mecánica.
En la capital conoció a Carmen Allende y se casaron. Ya desde hace varios años que no tenía contacto con la hija del difunto presidente, y muy poco con sus hijos.
El matrimonio y Allende
El casamiento entre Sepúlveda y Carmen fue en la iglesia de Los Leones con Providencia (hoy Catedral Castrense) y según comentó a un reportaje de La Tercera de 2012, asistió la cúpula de la izquierda chilena de ese momento, con grandes dirigentes socialistas, como Carlos Altamirano.
Quien no asistió fue Rafael Sepúlveda, el padre de hito. “Era un hombre de campo y estaba genuinamente preocupado por mi vinculación con la alta burguesía de izquierda. Como si hubiese previsto, quizá, todo lo que finalmente sucedió en 1973”, comentó Héctor.
Él recuerda una buena relación con su suegro, de hecho en algún momento lo operó en el hospital San Juan de Dios debido a un problema vascular congénito.
Respecto a su lejanía de la política, Salvador Allende lo respetó. “El me caló y nunca me puso en un lugar, ni nada. Respetó mi individualidad de gente sencilla, de técnico mecánico, de campesino. Nunca me presionó, aunque un día me dijo: ‘Bueno, usted decídase, compañero’. Porque yo no militaba. Y me metí al Partido Socialista. Pero nunca fui de núcleos”, recordó.
“Todos me han dicho que don Salvador me estimaba, dentro de mis características, porque yo era consecuente. Era de una línea y no entraba en el juego. Un amigo me dijo, durante el gobierno de la UP, que me estaban nombrando en un puesto de la Empresa de Comercio Agrícola, y yo dije: ‘Estás loco. ¿Qué voy a hacer ahí?”, agregó.
El golpe y el exilio
La última vez que vio a su suegro fue el 10 de septiembre de 1973. “Estaba muy nervioso, nunca lo había visto así. Sabía lo que venía”, dijo.
En aquel año, tenía dos hijos junto a Carmen Allende. “Las noticias llegaron en la medianoche, a primera hora. Recuerdo haber escuchado a lo lejos los cohetazos del bombardeo a la casa presidencial de calle Tomás Moro. Y yo, guardando mis herramientas. Muy choqueado, actuaba de forma automática”, recordó.
Luego del golpe y la muerte de Salvador Allende, Hito se fue junto a su esposa a una casa de amigos oficialistas de la familia para esconderse. Ella fue la única hija del mandatario que no estuvo en La Moneda aquel 11 de septiembre.
“Por mi origen campesino, para mí la muerte (de Allende) no es tan terrible como para la gente de ciudad. Cualquier día usted se cae, lo patea un caballo. Mueren las personas, los animales. Todavía aquí la muerte es parte de la vida, no hemos perdido la coherencia. El había dicho que nunca lo iban a sacar vivo de La Moneda, que no se iba a entregar. Pero lo más terrible no fue la partida física, sino la desaparición de su proyecto político. Esa es la muerte real, la parte más dolorosa de su ausencia”, comentó.
Un par de días después se fue al exilio junto a su familia a México. “Solamente guardo la sensación de inmensa tristeza que se vivía por la muerte de don Salvador. Pero no recuerdo lágrimas. La familia Allende no lloraba“ indicó.
“Un día llegó mi cuñada Tati de visita desde Cuba y me dijo: ‘Esto va para largo’. Y llegó con dinero para comprar un auto, que fue de Carmen Paz, y para el departamento que adquirimos en un sitio llamado la Villa Olímpica, compuesta por 29 edificios”, agregó.
Sin embargo, recordaba positivamente su estadía en el país norteamericano, donde afirmó que “dentro de lo que puede ser estar en el exilio, llevábamos una vida maravillosa. Éramos protegidos del régimen, consentidos, amparados por el poder“.
Sin embargo, la estadía en México vivió un quiebre. En 1977, la hermana de su esposa, Beatriz Allende, se suicidó en Cuba. A partir de ese momento, Carmen vivió un fuerte dolor por la pérdida de “Tati“. En medio de todo esto, nació el tercer hijo de sus hijos: Pablo Salvador.
La vuelta y su propio exilio
Sepúlveda y su familia volvió a Chile en 1991, cuando tenía 54 años. En este regreso todo cambió para él.
“Me fui al exilio a los 36. Se acabó mi mundo y tuve que construir todo desde cero en México. Al instalarnos otra vez en Santiago, ya viejo, empecé a buscar oportunidades de trabajo con gente conocida del primer gobierno democrático. Pero, ¡me mandaban a hablar con niños! Funcionarios políticos de veintitantos años. ¿Qué les podía decir yo? ¿Y qué podía decirles yo a ellos? Llegó un momento en que mi hijo Andrés, al verme sufriendo, me dijo: ‘Papá, vete, vete mejor’. Y me devolví al campo, a mis orígenes. Salí con miedo del mundo de la política entendida como la lucha del poder por el poder”, dijo.
A partir de ese momento se alejó de casi toda su familia, teniendo casi nulo contacto con su exesposa y sus hijos. Prácticamente nunca más viajo a Santiago, excepto cuando murió su exsuegra, Hortensia Bussi. “No quise crear problemas“, confesó.
“El agotamiento mental de mi regreso a Chile en 1991 se me quitó recién aquí. Hoy soy absolutamente ermitaño, solitario, pero me siento feliz”, dejo en 2012.