En domingo 8 de marzo de 1925, de 1.250 personas se congregaron en el Teatro Municipal de Santiago a las 10.30 de la mañana, con la idea de participar en la redacción de una Constitución que reemplazara a la entonces vigente carta magna de 1833.
Hasta ese momento, Chile tuvo diversas Constituciones: los reglamentos de 1811, 1812 y 1814; y las cartas magnas de 1818, 1822, 1823, 1826, 1828 y 1833. Cada una de ellas había sido redactadas por organismos no participativos.
Ese año, por iniciativa surgida desde el Partido Comunista y la Federación Obrera de Chile, comenzó a gestarse la idea de generar una asamblea deliberativa. Tras el telegrama del entonces presidente Arturo Alessandri Palma, que desde su exilio en Europa, se había manifestado abierto a la convocatoria de una Asamblea Constituyente para elaborar una nueva Carta fundamental.
Esta asamblea -llamada oficialmente Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales- siempre se pensó como un paso previo hacia la participación en la asamblea constituyente que Alessandri estaba dispuesto a conceder. En la época simplemente se le llamó “Constituyente chica”.
La presencia de organizaciones feministas
La presencia de las organizaciones feministas para esta Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales era un hecho relevante. A diferencia de las entidades que habían redactado las anteriores Constituciones, ahora habían mujeres involucradas.
En este grupo de feministas estaba la destacada pedagoga Amanda Labarca. A sus 38 años ya tenía una importante trayectoria. Solo pocos años antes, en 1922, se le nombró profesora extraordinaria de psicología en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, de ese modo, hizo historia al convertirse en la primera mujer en dictar una cátedra universitaria en América Latina. Había estudiado en ese misma escuela y se tituló de Profesora de Castellano en 1905.
Tras estudias en la Columbia University de New York y en la Sorbonne de París, se impregnó de las ideas feministas vigentes en el viejo continente en Francia. A su regreso a Chile, comenzó a impulsar la difusión del ideario feminista rescatando el concepto de que la mujer debe tener de su propia historia. Para ello, creía en la educación como un medio fundamental.
Para 1925, había publicado los libros Impresiones de juventud (1907), Actividades femeninas en Estados Unidos (1914), En tierras extrañas (1914), Las escuelas secundarias en los Estados Unidos (1918), La lámpara maravillosa (1921), Lecciones de Filosofía (1923).
Otra destacada participante en la “Constituyente chica” fue Elena Caffarena. A sus 22 años, era una joven estudiante de derecho de la Universidad de Chile. Pese a su corta edad, ya manifestaba un interés social. Después de las clases en las aulas de la casa de Bello, participaba en talleres voluntarios para la educación de obreras y obreros.
El voto de la mujer
En la primera votación de ese 8 de marzo de 1925 las dirigentas feministas pusieron el tema del voto de la mujer. De este modo, fue María Teresa Urbina quien se dirigió a la asamblea para defender la idea.
“No es aceptable que los hombres de este siglo mantengan a la mujer en el estado de abyecta esclavitud en que vegetó en la edad antigua y media. La mujer es la base fundamental de la humanidad, ella educa y prepara al hombre en la lucha por la existencia; ella es la que le ha formado lo poco de noble y de bueno que tiene y, por lo tanto, debe ser respetada y admirada como la madre excelsa de la humanidad”, dijo Urbina según relata Sergio Grez en su artículo La asamblea constituyente de asalariados e intelectuales Chile, 1925: Entre el olvido y la mitificación.
Al día siguiente, fue Amanda Labarca que tomó la pablara y aseveró que “aún cuando actualmente a la mujer no la creían capaz de obrar libremente en igualdad de condiciones con el hombre, la asamblea debía mirar hacia el futuro”. Junto a ellas, la historiografía registra otros nombres como Bertina Pérez, Isabel Díaz y Berta Recabarren.
El documento final del 11, incluyó justamente el punto: “Debe declararse la igualdad de derechos políticos y civiles de ambos sexos”.
Pese a estar listo, tras su regreso a Chile el 20 de marzo, Arturo Alessandri tomó el tema constitucional por sus manos y designó dos comisiones que redactaron la cara magna, la cual fue sometida a plebiscito y aprobada, el 30 de agosto de 1925.