Un ejemplo para muchos, no solo para los cristianos, fue Mariano Puga, como le gustaba que le dijeran. Ni padre, ni sacerdote.
Un hombre que se entregó a los más desposeídos desde muy joven, aunque la idea de ser sacerdote no siempre estuvo en su cabeza.
Sintió su vocación cuando estudiaba arquitectura en la Universidad Católica y el rector de la época, Carlos Casanueva, lo llevó junto a sus compañeros, a un basural cerca del Zanjón de la Aguada. Era la misma época en la que el Padre Alberto Hurtado comenzaba su misión.
“Y vi tan claro hasta el día de hoy lo que Cristo me pedía. Si no hubiera sentido la mano de Dios, no me hubiera metido en lo que me metí, porque es Cristo el que lo mete a uno en esto”, contó el año 2009 al programa de Canal 13, “Annonimos”.
Fruto del matrimonio entre Mariano Puga Vega, parlamentario y político del siglo XIX, y Elena Concha Subercaseux, tuvo seis hermanos.
Vocación
Su infancia y adolescencia fue completamente distinta a la vida que eligió desde que hizo votos de pobreza, decidió ser cura obrero y escogió no meterse a ninguna congregación.
Si quería ayudar a los pobres, tenía que entenderlos de verdad y la única forma era viviendo como ellos. Una vez dijo a una entrevista en la Revista Nos de Concepción:
“Para entender la pobreza hay que vivirla con los riesgos que tiene, fría y dolorosa. A veces, mientras estaba arriba de un andamio, sentí los efectos del hambre, entendí lo duro que es ser pobre. Y eso que yo no tengo hijos”.
Como dijo su sobrina Juana Puga, a una entrevista a la Universidad Alberto Hurtado: “Ha sido de una consecuencia increíble y eso me parece sorprendente. No sé de dónde saca fuerzas, en general los Puga son bien enérgicos y cada uno lo ha canalizado por su lado, pero un día le pregunté ‘¿Cómo tenís tanta pila?’, y me respondió: ‘el sentido me da pila’”, recuerda Juana.
Consecuencia
Después de estudiar teología en Europa, llegó en los años 70 a vivir a Villa Francia y en la década de los 80 ingresó a la Vicaría de la Solidariad.
Le tocó duro en los años de la dictadura militar, y también cuando era párroco en La Legua y tuvo que detener balaceras, organizar protestas y enfrentar el narcotráfico. A pesar de haber estado preso siete veces, e incluso haber sido detenido en Villa Grimaldi, nunca aflojó el sentido de su misión así como tampoco, su humor.
Carlos Sánchez, que lo conoció en esas épocas difíciles, recuerda en el Blog Piensa Chile: “Mariano (…) nos alistaba, nos arengaba, nos preparaba, nos congregaba, nos organizaba. ¿Para qué nos enrolaba? Para participar en peligrosas marchas, agresivos vía crucis, extenuantes ayunos que eran seguidos por apresuradas carreras callejeras, convincentes apaleos, insoportables gases, incómodas noches en retenes y la reprobación de los sectores más prudentes de la sociedad. Nos has enseñado la valentía por Cristo, la oración con el pueblo, la juventud del alma, la pasión por el Cristo de los pobres”.
Los que lo conocieron destacan su modo simple de vivir la vida, sin hacerse mayores problemas. Marta Aquintui, quien lo acogió en los años en que vivió en la isla Colo en Chiloé, comentaba “se viste todos los días igual, el único chaleco que le gusta, después del que le tejió su mamá, es uno que le tejí yo, y antes de la celebración venía con un hoyo en el codo, tuve que zurcírselo para que pudiera usarlo en su celebración de 50 años de sacerdocio”, contó en el documental Mariano Puga 50 años de sacerdocio , de Juana Puga.
En el mismo documental, Puga confesaba que su labor es gracias a los pobres, que él no sería nada sin ellos, que le dan sentido a su vida.
“Ustedes me parieron a mí: si tienen algo que agradecerme, acuérdense que ustedes me ayudaron a parir lo que yo soy”.
Mariano Puga murió hoy a las 02:00 de la madrugada a los 88 años después de luchar contra un cáncer linfático que lo afectó durante los últimos años.