Microsoft, la compañía detrás de Windows y Office, durante agosto de este año aplicó en Japón un programa llamado “Work Life Choice Challenge”, que consistió en cerrar sus oficinas todos los viernes del mes para dar a sus empleados un día libre adicional cada semana.
Además de bajar drásticamente las horas laborales, los gerentes invitaron al personal a reducir el tiempo que pasaban en reuniones y respondiendo correos electrónicos. Sugirieron que las reuniones no durasen más de 30 minutos y alentaron a los empleados a reducir por completo conversaciones laborales a través de la aplicación de mensajería de la empresa.
Tal como se ha planteado en otros experimentos de este tipo, los resultados fueron positivos. Si bien el tiempo dedicado a trabajar bajó considerablemente, la productividad, medida por las ventas por empleado (2.280 funcionarios), aumentó casi un 40% en comparación con el mismo período del año anterior, aseguró la compañía.
Al mismo tiempo, el consumo de electricidad de la compañía se redujo un 23,3% y el de papel impreso un 58,7%.
Este experimento se enmarca en un momento en el que el gobierno japonés intenta promover modos de trabajo más flexibles, como el teletrabajo, el trabajo a tiempo parcial y horarios de oficina cambiantes para evitar la hora punta en los transportes y altas cifras de enfermedades como la depresión. Algo parecido a lo que sucede en Chile, donde sectores políticos oficialistas y opositores debaten la reducción de horas de trabajo semanales y la flexibilidad en modalidades de trabajo.
En un artículo publicado en Ciper Chile, el académico Aldo Madariaga concluye que “existe una estrecha relación entre menores horas trabajadas y mayor productividad”. “En el caso de los países nórdicos, que conjugan los niveles más altos de productividad a nivel mundial, con el menor número de horas trabajadas –además de prestaciones sociales universales y generosas, y los menores niveles de desigualdad en el mundo–, el análisis histórico revela que fueron las prestaciones sociales y los beneficios laborales, los que antecedieron históricamente las mejoras en productividad y no al revés”.