Las islas flotantes de los Uros en el Lago Titicaca son uno de los ejemplos más cercanos que tenemos sobre comunidades viviendo suspendidas en el agua. Aunque esa referencia durante los últimos años esté relacionada a explotación económica que realiza el turismo peruano, esta vez conecta con una de las soluciones que planea la ONU para enfrentar la crisis climática: ciudades flotantes sostenibles.
Si bien el caso mencionado se da en agua dulce, la idea de Naciones Unidas está siendo estudiada para aplicarse en zonas costeras amenazadas por la sobrepoblación y el aumento del nivel del mar.
El proyecto se llama Oceanix y es impulsado por Marc Collins Chen, exministro de Turismo de la Polinesia francesa que conoce de cerca la crisis. Desde 2016, según publica El País, en las Islas del Pacífico el aumento del nivel del mar ya desapareció por completo cinco islas.
Collins Chen quiere ampliar las ciudades existentes para ayudar a las comunidades que lo necesiten. Para eso estima que Oceanix sea habitada por unas 10.000 personas y que esté a aproximadamente dos kilómetros de la costa para evitar tsunamis.
La distribución consistirá en un conjunto de plataformas hexagonales de dos hectáreas y espacio para 300 personas cada una, todo unido por biorock, un material mucho más resistente que imita a los arrecifes y que, promete, atraer nueva vida marina.
Oceanix entró en la atención de ONU Habitat en noviembre del año pasado como una de las tantas soluciones para los 2.500 millones de personas que se trasladarán a ciudades de aquí a 2050, lo que provocará un déficit de viviendas, agua, energía y comida. “No estamos diciendo que las infraestructuras flotantes sean la solución para todos los problemas de las ciudades costeras pero sí que es una de ellas y, desde luego, mucho mejor que echar arena sobre el mar para seguir edificando, algo que arrasa con la vegetación imprescindible para resistir la erosión de las olas”, explicó Chen Collins a El País.
El plan es que las ciudades flotantes sean capaces de producir su propia energía, su propia comida a través de cultivos hidropónicos y acuapónicos, y su propia agua por medio de la desalinización pasiva, reduciendo el impacto ambiental con un minucioso plan de reciclaje.
El precio de estas viviendas, que tendrían su primera prototipo en dos años más, sería clave para atraer a los habitantes, que podrían dar el ejemplo de vida sustentable para otras comunidades costeras alrededor del mundo. Se prescindiría del pago de terrenos carísimos y en la medida que suba el nivel del mar, bastaría con modificar el anclaje para seguir a flote.