En 2017, con poco más de setenta años, la vida de Joachim Frank cambió para siempre. Junto al británico Richard Henderson y el suizo Jacques Dubochet, este alemán criado en medio de la Segunda Guerra Mundial obtuvo el Premio Nobel de Química por inventar el criomicroscopio electrónico, una revolucionaria herramienta para “fotografiar” moléculas fundamentales para la vida, a temperaturas de unos 180 grados bajo cero.
La hazaña de Frank lo instaló como un personaje destacado en la ciencia, pero no todo brilla en su vida. En paralelo es un escritor frustrado. Terminó tres novelas, pero no encuentra ninguna editorial que se las publique. De hecho, en su cuenta de Twitter su descripción es “quiero ser escritor”, sin ninguna referencia a que también es académico de Biología en la Universidad de Columbia.
En una entrevista con El País, Frank cuenta que comenzó su carrera literaria hace más de 35 años, cuando decidió asistir a un curso del escritor estadounidense William Kennedy. Tras esa incursión nació su primera novela, “Aan Zee”, que narra la historia de un científico que se encuentra con un túnel del tiempo en un viejo hotel.
Otra de sus novelas, titulada “El observatorio”, se basa en la lucha de un astrónomo por recuperar el antiguo observatorio de una ciudad alemana, convertido en un prostíbulo. Y un tercer libro, que lleva por nombre “Narcis”, transcurre en un futuro postapocalíptico en el desierto de Nuevo México.
“Como escritor y como científico estoy en ligas completamente diferentes. Con dos de mis novelas he recurrido a un agente literario, pero no he llegado a ninguna parte. La antigua manera de publicar un libro prácticamente ha desaparecido. Ahora el único objetivo es el beneficio económico. Y necesitas conexiones. Incluso un Premio Nobel no vale para nada en otra disciplina. Dicen: Un Nobel, ¿y qué? ¿Cómo se atreve este tipo a intentarlo?”, se lamenta Frank.