Cabos sueltos rodean la vida de Sergei Skripal (66), quien junto a su hija Yulia (33) lucha por sobrevivir tras ser envenenado en en un centro comercial en Wiltshire, al sur de Inglaterra.
En los últimos ocho años, el ex espía, que pasó de ser miembro de la inteligencia rusa a ser informante de la inteligencia británica, se había encargado de mantener un perfil bajo. Alejado ya de su antiguo trabajo, el nacionalizado británico vivió momentos familiares muy difíciles.
Después de pasar cuatro años encarcelado por “alta traición por espionaje” y ser liberado en un canje de espías, Skripal alcanzó a estar dos años con su esposa, quien falleció el 2012 por un repentino “cáncer diseminado de útero”. A la pérdida de su pareja se sumó la de su hijo, de 43 años, quien murió aparentemente por una insuficiencia renal en un viaje a San Petesburgo.
El viudo había comentado a sus cercanos que estos sucesos le parecían sospechosos y que temía por su vida. Según informa El Mundo, la policía recientemente abrió una investigación en torno a las dos muertes.
A Skripal le gustaba la vida social, frecuentaba pubs y clubes, y tenía un especial gusto por la comida polaca. De esa forma conoció a varias personas de la ciudad, quienes lo consideraban alguien culto, que sabía varios idiomas, pero nunca se enteraron de su pasado.
Solo después del atentado que revolucionó la ciudad, y que mantiene en crisis las relaciones entre Reino Unido y Rusia, supieron que era un ex espía. Ya cuando Skripal y su hija se debatían entre la vida y la muerte, configurando una trágica historia familiar.