Una de las primeras decisiones de Donald Trump al asumir el cargo en enero de 2017 fue encontrar un cuadro de Andrew Jackson, quien fue el séptimo presidente de Estados Unidos, para colgarlo en lugar de un óleo de Norman Rockwell.
Ademásse encuentra desde 1852 una estatua ecuestre del séptimo presidente, alzando su sombrero al aire con la mano derecha, en un eterno saludo.
Tal como Jimmy Carter admiraba a Harry Truman, Ronald Reagan era seguidor de Franklin D. Roosevelt y Barack Obama idolatraba a Abraham Lincoln, Donald Trump ha encontrado en la figura de Jackson un modelo a seguir.
Y lo cierto es que, el presidente más impopular desde que se hacen encuestas, descubrió a alguien a su altura. Lo admira por que “se enfrentó y desafió a unas élites arrogantes”. Y tiene razón, Jackson nunca fue un hombre de sistema y, como correctamente afirma Trump, hizo de las élites políticas su enemigo acérrimo.
Fue el primero en llamarse “presidente del pueblo”,no por nada su estatua está frente a la puerta principal de la Casa Blanca, al pie de calle. Su campaña a la presidencia fue tan exitosa que aún hoy se denomina al periodo previo a la guerra civil como de la “democracia jacksoniana”.
Parece una historia conocida: Jackson fue un presidente llegado de fuera de Washington que se atrincheró con su familia más directa en la Casa Blanca entre acusaciones de nepotismo. Prometió reducir la deuda pública y reorganizar de forma radical el sistema bancario. Fue recibido con recelo y sus amistades y ministros se convirtieron en pasto de rumores en un Washington elitista, que nunca le aceptó como miembro de pleno derecho.
Sin embargo, puede que el republicano no lo sepa, pero fue Jackson quien consumó la política de expulsar a los nativos americanos de sus tierras legítimas, en una campaña de limpieza étnica que afectó hasta a 46.000 personas y provocó guerras, dolor y muchas muertes. Además, conscientemente hizo vista gorda del grave problema ético de la esclavitud y llegó a tener 150 personas de su casa en Tennessee, la misma que visitó Trump el pasado 15 de marzo para rendirle homenaje en el día de su aniversario número 250. Todo ello justifica que en el acervo popular no esté a la altura de Washington, Lincoln o Roosevelt.
Se sabe que Trump no es dado a leer libreos de historia, como bien lo ha admitido él mismo. Si hubiera consultado su biografía, no hubiera hecho esta declaración reciente:
“Si Andrew Jackson hubiera vivido un poco más tarde no se habría producido la guerra civil. Era un tipo duro, pero tenía un corazón enorme”.
Al parecer Barack Obama sí estaba en conocimiento de la historia. No por nada, ordenó retirar su imagen de los billetes de 20 dólares. A partir de 2020 su espacio lo ocupará Harriet Tubman, una esclava que se emancipó y luchó valientemente por la igualdad de su raza.
Además, tampoco es muy seguro que a Jackson le hubiera gustado Donald Trump. Fue uno de los grandes impulsores de terminar con el colegio electoral, los 538 electores que deciden el resultado de las presidenciales.
De haber tenido éxito, todos sabemos que esta historia sería muy diferente.