Por @PaulinaAstrozaS*
Columna #3: "¿Dos pesos, dos medidas?"
Columna #2: ¿Puente o nueva trinchera en las relaciones Occidente-Rusia?
Columna #1: El desencadenante y el contexto europeo
La semana pasada, el Presidente Barack Obama realizó una gira a Europa en medio de la crisis abierta con Rusia. Holanda, Bélgica, Italia y el Vaticano fueron los destinos. Si bien el viaje estaba programado con anticipación, evidentemente el foco de atención fue el mensaje que Obama traía a sus aliados europeos frente a la escalada de la tensión con Rusia. Éste no fue otro que el reforzamiento de la alianza transatlántica y el futuro de las relaciones a ambos lados del Océano.
Con el carisma que se le conoce (que incluso ha llevado su popularidad a índices más altos en Europa que en los EE.UU.), Obama dio un único discurso en el Palacio de Bellas Artes en Bruselas. Ante unos 2.000 selectos invitados, llamó a europeos a intensificar su trabajo por una política europea energética que disminuya su dependencia de Rusia y por aumentar su capacidad defensiva (lo que me recordó el libro Robert Kagan, “Poder y debilidad: Estados Unidos y Europa en el nuevo orden mundial”). Cierto es que la actual crisis ha desvelado estas dos grandes debilidades de Europa –que no son nuevas- y que limitan su accionar en la escena internacional.
Tal como Putin en el discurso en Moscú, Obama no solo se dirigió a europeos. Su mensaje también tenía como objetivo determinar la línea de acción de EE.UU. en el contexto mundial. Recordó la historia que une Europa con su país -en que la conmemoración este año de los 100 años del inicio de la Gran Guerra dio el marco justo-, las consecuencias de las Grandes Guerras, el Plan Marshall, entre otros temas. También puso énfasis en los valores comunes compartidos por los que los aliados han trabajado por estos años señalando –a raíz de la situación actual con Rusia- “que la libertad tiene un costo”. Al igual que Putin, invocó el Derecho Internacional y acusó a Rusia de estar violando la ley internacional al anexarse un territorio por medio de la fuerza y un referéndum viciado. Justificó la intervención en Kosovo, defendió la actuación en Irak y afirmó que no se estaba en un escenario de una nueva Guerra Fría ni que EE.UU. buscara controlar Ucrania. También rechazó la intención de incorporar a Ucrania a la OTAN y señaló que “durante más de 60 años EE.UU. ha colaborado con la OTAN no para reclamar otras tierras, sino para mantener a las naciones en libertad”.
De la misma manera que las palabras de su par ruso, mucho de lo afirmado por Obama es desmentido por la propia fuerza de los hechos. “Dos pesos, dos medidas”, decíamos en la columna anterior: el actuar de los EE.UU., como potencia mundial que es, no siempre se ha ajustado a las normas que hoy reclama de Rusia, y las consecuencias de sus actos han sido de una envergadura directamente proporcional a su poder militar. Irak es el ejemplo más patente.
Por otro lado, las relaciones entre EE.UU. y Europa no han sido fáciles. Diferentes temas los han distanciado y, en el caso de la UE, las divergencias han mostrado un bloque dividido en el plano internacional, minando su deseo de ser actor mundial (a modo de ejemplo nuevamente encontramos Irak, Kosovo, pero además Siria, Libia, entre otros casos). Conocido es su lento y vacilante avance en la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y la Política Europea de Defensa Común (PESD). Pero la situación en Ucrania ha marcado un giro y al parecer los europeos están dispuestos a olvidar –o dejar de lado, al menos, por el momento- diferencias que los separan de EE.UU., avanzando también en su acuerdo comercial. Cabe recordar que este viaje se dio luego del escándalo de las escuchas ilegales estadounidenses a muchos líderes europeos, incluyendo las intercepciones de teléfonos en las propias instituciones europeas donde fue calurosamente recibido.
Para hacer frente a la dependencia europea del gas y petróleo ruso, Obama lanzó dos ideas: por una parte, que Europa explote sus propias fuentes energéticas. Para ello en su viaje propuso exportar la técnica de la extracción de gas por fragmentación hidráulica (conocido como “fracking”) y, segundo, que aumente sus importaciones de gas de EE.UU. La primera posibilidad se encontrará con un problema de difícil debate en Europa: el cuidado del medioambiente. Esta forma no convencional de extracción de gas es criticada muy fuertemente por sus altos niveles de contaminación, justamente un tema –el cuidado del medioambiente- que ha enfrentado en el pasado a europeos y estadounidenses (recordar el gran bochorno sufrido por los primeros en la última Cumbre en Copenhague de 2010). Además, la UE ha liderado una política de cuidado del medioambiente y se ha establecido metas ambiciosas en este sentido, por lo que el debate se anticipa intenso.
En cuanto a la importación de gas de EE.UU., es claro que la UE deberá intensificar su actual política energética. Al igual que con la crisis económica que impulsó la integración en áreas no imaginables hace un par de años, la actual crisis obligará a europeos a ir a un paso más rápido en este tema. La diversificación de las fuentes (no solo con la perspectiva de importar de EE.UU. sino también de aumentar las compras del Mediterráneo y África, sin descartar otros países), la mayor inversión en energías renovables y en la infraestructura e interconexión gasífera que permita llevar recursos del sur de Europa –en especial de España- son otras ideas que ya se habían comenzado a desarrollar pero que ahora serán intensificadas.
El tema del gasto militar europeo y su mayor implicación en la OTAN es de larga data y fuente de discordias entre los aliados transatlánticos. Tal como se demuestra en el siguiente gráfico, el gasto militar estadounidense es muy superior que el de sus pares de la OTAN, lo que en definitiva hace que esta Alianza descanse en los EE.UU.
En otras palabras, Europa occidental (luego los países que fueron ingresando), ha puesto bajo el paraguas de la OTAN –por ende, de los EE.UU.- su seguridad internacional y esto desde el término de la II Guerra Mundial.
Muchas veces EE.UU. ha pedido y exigido a sus socios un mayor esfuerzo en este sentido (Obama fue bastante enfático en este punto), sin embargo, las diferencias siguen siendo enormes, lo que explica la preponderancia de los EE.UU. en las decisiones de la OTAN. Tal vez (lo que percibo con cierto escepticismo) esto cambie a raíz de la crisis de Crimea y lleve a europeos a destinar más recursos al ámbito militar, pero eso aun está por verse. La crisis económica y financiera -que a duras penas Europa parece recién estar levantando cabeza- había impuesto recortes en esta área, lo que va en contra de lo que hoy nuevamente solicita EE.UU. de sus socios.
Finalmente, el paso de la comitiva presidencial estadounidense por Bruselas –con un dispositivo impresionante jamás visto en la capital belga- ha dejado sentadas las bases del diálogo en el corto y mediano plazo entre los socios transatlánticos. Claro está que nadie –o casi nadie- quiere un empeoramiento de la tensión entre Occidente y Rusia (ya que a muy pocos conviene en estos momentos de interdependencia compleja, en palabras de Joseph Nye). Sin embargo, esta carrera se da en el contexto más global de los cambios que comenzaron desde la caída del Muro de Berlín. En este “des-orden” internacional, las piezas se siguen ajustando y lo que comenzó como una protesta nacional en el Maidán de Kiev, ha derivado en un reacomodo mayor de las piezas del tablero internacional, y del cual aun no sabemos su final.
*Abogada de la Universidad de Concepción / Diplomada y Master en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, UC de Lovaina, Bélgica / Curso de Derecho Internacional Público, Academia de Derecho Internacional de las Naciones Unidas, La Haya, Países Bajos / Profesora de Derecho Internacional, Relaciones Internacionales e Integración Europea, Universidad de Concepción.