Dice que sufre con los ruidos de la ciudad y que suele escribir sus novelas en la tranquilidad de su casa en los cerros de Zapallar, rodeado de árboles y los sonidos de la naturaleza. Así escribió su novela más exitosa, Madre que estás en los cielos, que cumple 20 años y vuelve a librerías en una edición aniversario.
“En diciembre de 2002, Pablo Simonetti se sentó en su escritorio que mira hacia el mar y escribió: “No deseo pasar por el final que me espera”. Por entonces era autor de un exitoso libro de cuentos, Vidas vulnerables, y aquella frase se convirtió en la línea de apertura de su primera novela, Madre que estás en los cielos. “Me senté y no paré hasta que llegué a la página 200”, recuerda. Desde entonces, la casa que levantó en los cerros de Zapallar, rodeada de un amplio jardín con árboles y flores, se convirtió en su refugio creativo. Un refugio alejado del ruido de la ciudad.
Para mí, la situación ideal para escribir es estar en el máximo silencio o acompañado de ruidos dulces: el viento, los árboles, los pájaros, el agua. Esos ruidos que te tranquilizan y que te apaciguan. Madre que estás en los cielos lo escribí por primera vez en la casa que construí cerca del mar.
El escritor recuerda que trabajó todo el verano de 2003 en Zapallar. Volvió a Santiago y terminó las 200 páginas restantes el verano siguiente, “rodeado de esos sonidos dulces”, cuenta.
Publicada en octubre de 2004, Madre que estás en los cielos cumple 20 años. En la novela, Julia Bartolini, de 77 años, recrea sus memorias, desde su infancia hasta su matrimonio, y se pregunta por qué no logró construir una familia feliz. La novela fue un éxito de lectores y consolidó la trayectoria de Simonetti.
Madre que estás en los cielos vuelve ahora a librerías en una edición conmemorativa editada por el sello Penguin Random House.
Desde entonces, Pablo Simonetti suele trabajar sus libros en su casa en los cerros de la costa. El ruido, el nervio y las distracciones de la ciudad no le agradan.
El ruido para mí ha sido siempre una molestia, un desagrado en todas sus formas. Estudié en un colegio que estaba en el centro de Santiago (Luis Campino), donde llegaba mucho ruido de fuera: por la Alameda pasaban micros, autos, bocinas. A veces era difícil concentrarse en la sala de clases, y después salíamos al recreo y toda esa bullanguera que ocurre en el recreo de un colegio de mil estudiantes en un patio. Yo me retraía a los pasillos -recuerda.
-¿Hoy también te sientes incómodo con el ruido?
En Santiago sufro, sufro el ruido de la calle y sobre todo el ruido mental, existencial. Me inquietan las redes sociales, me inquieta saber que hay gente alrededor, me inquietan los compromisos que uno tiene, y es difícil decir que no muchas veces. Todo ese movimiento constante en que está la ciudad siempre me ha sido muy poco cómodo para la escritura. Quizás los cuentos a veces puedo escribirlos en Santiago porque son más cortos, son procesos de concentración más breves, pero una novela que requiere tiempos largos. Yo requiero meses, y silencio total, rutina, es decir, levantarme a la misma hora, hacer las mismas cosas, acostarme a la misma hora, que sé yo.
-Hay escritores que necesitan la vibración de la ciudad para escribir. Algunos suelen escribir en los cafés
Bueno, el ejemplo de Hemingway es tan repetido. Pero es que a mí la curiosidad por las personas me lleva la atención. Entonces entra una persona al café y al tiro empiezo a mirar cómo entra, cómo se para, si es que espera o se va a sentar directamente a la mesa, cómo trata al garzón o a la garzona cuando entra. O la manera de sentarse en la silla, o incluso tratar de escuchar qué es lo que va a pedir. Entonces, para mí esa es la historia, es imposible abandonarme a todo lo que está pasando alrededor. Y también empiezo a mirar las relaciones de las personas que trabajan en el café, si es que hay un jefe, si es que hay un cajero, cómo todo eso va y viene. Soy un observador terrible.
A inicios de octubre, Pablo Simonetti viajó a Los Angeles, California, invitado al encuentro LGBTQ+Ñ, el primer festival de literatura queer en español. Organizado por Luisgé Martín, quien dirige el Instituto Cervantes en L.A., compartió con Boris Yzaguirre, Gabriela Wiener y Felipe Restrepo, entre otros autores. Y cuando volvía de regreso a Santiago, observó una escena curiosa en el vuelo.
-Yo no puedo leer en los aviones. Y el otro día, en el vuelo de vuelta del congreso, venía un señor trabajando en su computador con un grado de concentración impresionante, tanto que cuando aterrizamos se paró y seguía con el computador abierto y seguía escribiendo con la maleta aquí y el computador acá. Yo no puedo, yo me subo a un avión y si no veo una película que me roba la atención, inmediatamente empiezo a mirar, cómo es este, con quién habla, si la mujer duerme en el hombro de él o no, si son gay, me empiezo a preguntar por todo. Y me cuesta mucho dormir en los aviones.
-En ese sentido, el ruido humano tiene un atractivo
Es distractor, pero el ruido humano es muy interesante como fuente de observación. La observación del comportamiento humano, del habla humana, de la manera en que el hombre y la mujer están en el mundo es fundamental para el trabajo que nosotros hacemos. Uno tiene que ser capaz de lograr un dibujo fino y eso no se logra si uno no está constantemente dibujando.
-En ese sentido, ¿se puede escribir sin atención al ruido del mundo?
No me imagino a Borges sentado en una plaza mirando a la gente, además después quedó ciego. Hay muchos autores que han sido muy retraídos y sencillamente recurren a sus lecturas. Estaba pensando en Simenon que escribió 90 novelas, no creo que haya tenido mucho tiempo de salir. Pero al mismo tiempo está Balzac que escribió otras 90 novelas y era un tarambana, no sé a qué hora escribía, no dormía. Y otros escritores, el mismo Stendhal, acompañando las campañas napoleónicas, sus novelas tienen mucha vitalidad y explosiones sucesivas.
-Y Proust se encerró a escribir después de una vida…
El vivió una vida de dandy de 30 años, o más, se encerró a escribir a los 35 y se murió a los 50. Proust fue un gran observador de la vida, agregándole la dimensión filosófica que tiene su obra. Hay escritores, sobre todo los ensayistas, que tienden a abrevar más de sus lecturas y de su pensamiento que de una observación directa del ser humano.
-“¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido!”, escribió Fray Luis de León. Los poetas místicos buscaron el silencio. ¿Tienes o has sentido algo parecido?
No, yo soy de los que va y viene. No tengo esos estados como San Juan de la Cruz, Santa Teresa o el mismo Fray Luis de León de encontrar el conocimiento humano en un estado de éxtasis temporal y que después yo pueda vertir en un texto. Hay momentos, sí, en que uno sufre raptos, no raptos eróticos como quizá alguno de los que sufrieron estos místicos, pero sí son momentos en que uno no sabe que es uno mismo el que está escribiendo y no sabe que eso que está vertiendo en la página lo tenía dentro de sí. Esos momentos pasan, no son lo común, pero uno va construyendo poco a poco hasta alcanzar esos momentos en que sencillamente la literatura fluye y uno se siente solamente un medio. Pero del otro lado no tengo un Dios como Santa Teresa o el mismo Fray Luis de León.
-¿La inspiración o las ideas te llegan más en estados vinculados al silencio o cuando estás inmerso en el ruido?
Más en los estados de silencio. O sea, lo que yo hago es que en el mundo de la ciudad, del ruido, de la fiesta, de la política, lo que estoy buscando son ideas y cosas de las que tirar y poder llevármelas después a mi retiro y de ahí desenvolverlas en una historia,
-Para escuchar las voces en tu interior tienes que alejarte a tu casa en el mar…
Sí, pero mi relación no es con el mar, es con un cerro enorme y verde que tengo al frente, y donde hay animales silvestres. Yo miro ese cerro y sería como mi dios y de ahí nacen muchas de las ideas. Y las voces nacen desde dentro de mí; si uno quisiera tratar de modelarlo, son como voces externas que entran y se acoplan con una parte de uno y eso genera un personaje que tiene cierta fuerza, porque además está alimentado por la propia identidad, porque uno es una persona y todos sus personajes.
-¿Ese aprecio por el silencio viene de tu niñez, de la infancia en el jardín de tu mamá?
Sí, yo fui un niño solitario. Era un niño bastante reconcentrado, dado a contarme historias, bastante ganso, seguramente afeminado. No me acuerdo, alguna vez me lo dijeron de niño. Entonces tendía a retraerme y una de las diversiones que encontraba era siempre ir al jardín y estar conmigo mismo un rato largo. Y ese era un lugar de mucha protección y de mucha imaginación, porque el jardín daba para todo, daba para tener caballeros andantes y princesas Dulcinea.
-Ese jardín y la pérdida de él inspiró una de tus novelas
Sí, Jardín es una novela para mí muy querida, pero también muy dolida. La escribí en un mes y medio, pero fue como que se hubiera gatillado un disparo en mi cabeza y me dejó turulato por un tiempo, porque fue muy intensa emocionalmente de vivir. Darse cuenta de las cosas que se pierden, como se perdió ese jardín, porque está inspirado en un hecho real, y darse cuenta del valor que tienen aquellos lugares donde tú has sido, así puesto en esos términos, donde has sido ese niño que encontró cobijo en su diferencia respecto de un mundo que no le era muy cercano ni aceptador.
-¿Qué novelas asocias al silencio o al ruido?
Pienso en dos novelas. Pienso en Los anillos de Saturno de Witold Sebald, me parece que es una novela muy contemplativa. Siento que todo lo que él escribe, a pesar de que va recorriendo lugares y observando, todo siempre es como un silencio, es como una meditación. Y en ese sentido, con un tono así, podríamos decir que está cercana al silencio más profundo del ser humano. Y en contraposición, pensé en otra novela que leí hace no mucho, que se llama Hamnet, de Maggie O’ Farrell, que está inspirada en la muerte del hijo de Shakespeare y cuyo nombre inspiró la obra Hamlet. Ella tiene un dominio del movimiento, del ruido de la ciudad, de los olores, de cómo los olores te van asaltando a medida que caminas. Ella es una mujer muy sensorial y da cuenta de esa sensorialidad en su novela: cuenta el ruido de la calle, el rumor del del bosque, los gritos de la abuela. Había cierta promiscuidad en la vida de esta familia porque vivía la abuela en la casa del frente y la señora de Shakespeare atrás con los hijos. Entonces era todo un tráfago de idas y venidas con chanchos en medio que gritaban, y todo eso está en la novela, y creo que lo hace de manera magnífica, porque es una traducción de la realidad que vivimos todos hecha literatura de la mejor manera.
-¿Lees cuando escribes?
La lectura me acompaña siempre cuando escribo, porque para mí es una forma de silencio, porque estoy escuchando, pero sin intervención externa, sino que hay una conversación muy cercana con el libro. Leo más que nunca cuando estoy escribiendo. Escribo prácticamente todo el día, y ya cuando llega la noche me siento a leer y eso me da mucho placer y también mucha inspiración, porque cuando uno lee a un gran escritor, sencillamente te estimula. Siempre me han gustado los libros más introspectivos y en ese sentido podríamos asociarlos con el silencio. Por eso me gustan los libros de (Henry) James. Por eso me gustan los libros la (Edith) Wharton. En sus libros el drama nunca ocurre en la superficie, siempre ocurre al interior de los personajes, y afuera solo podemos ver un leve rizado del mar.