El pasado 14 de julio se cumplieron 100 años del nacimiento de Ingmar Bergman, uno de los directores clave y de gran impacto en la historia del cine. Muy cerca, también, está el aniversario de su muerte. Solo 16 días más tarde, el 30 de julio, se cumplirán 11 años desde que falleció.
Allí están una vez más los contrastes en la vida de un genio. Tras filmar más de 40 películas y obtener aplausos desde todo el mundo por su trabajo, Bergman murió “tranquila y dulcemente”, según contó su hermana tras la noticia, en el año 2007. Apartado en su casa en la isla sueca de Faarö, su vida era todo lo contrario a sus inicios.
Una infancia atormentada: La gran influencia en la obra del artista
Nació producto del matrimonio formado por Erik, pastor protestante, y Karin, su prima. Y fue testigo de la relación distante y disconforme entre sus padres.
Desde su madre surge una parte de sus obsesiones. Puso el nombre de ella en varios personajes de sus películas y mantuvo presente siempre la distancia maternal y la infelicidad oculta de la mujer en el matrimonio. Incluso, grabó un corto documental con primeros planos de fotografías de su madre: “El rostro de Karin” (1984).
Otra película en la que se refiere a su madre es “Gritos y susurros” (1972)
Bergman también fue víctima de los maltratos físicos y psicológicos que sugería la educación en su hogar. Y, en general, absorbió todo para transformarlo posteriormente.
“Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia (…) los castigos eran algo completamente natural, algo que jamás se cuestionaba. A veces eran rápidos y sencillos como bofetadas y azotes en el trasero, pero también podían adoptar formas muy sofisticadas, perfeccionadas a lo largo de generaciones”, confesó en sus memorias.
Esas “formas muy sofisticadas” tenían que ver, por ejemplo, con pasar horas y horas encerrado en un armario.
Algunas de estas experiencias están presentes en la cinta “Fanny y Alexander” (1982), en donde Bergman retrata parte de su biografía y a un padre con características parecidas al suyo, pero que corre con un final trágico. Una especie de venganza cinematográfica, que ganó cuatro Premios Óscar en 1984.
Una de las historias más destacadas en la infancia de Bergman es la de cuando quedó atrapado dentro de un depósito de cadáveres en Estocolmo. Visitaba frecuentemente el lugar, ya que su padre ejercía allí como capellán, y se hizo amigo de uno de los guardias: Algot.
En “Linterna mágica” (1987) recuerda que quedó encerrado y golpeó la puerta, pero que Algot no abrió. Encontró, entonces, allí el cadáver de una joven “de largo pelo negro, boca carnosa y barbilla redonda”. Desnuda, solo cubierta con una sábana.
“Me moví para poder ver su sexo que quería tocar, pero no me atreví a hacerlo”, escribió. Pero de inmediato sintió que la mujer lo miraba. “Todo se hizo confuso, el tiempo se detuvo y la fuerte luz se hizo más intensa. Me lancé contra la puerta que se abrió sin dificultad. La joven me dejó escapar”.
Este afán de oscuridad e impulso, probablemente despertado en este episodio, está en la cinta “La hora del lobo” (1968).
Por otro lado, también cabe destacar que la relación de Bergman con las mujeres fue bastante peculiar. Se casó cinco veces y fue padre de nueve hijos. Y entre sus parejas figuraron mayoritariamente actrices de sus películas. Dos de ellas, Bibi Andersson y Liv Ullmann, están en la película “Persona” (1966).