Sebastián Piñera tiene una gran oportunidad. Mayor a la que –para muchos- desaprovechó en su primer gobierno. Y por eso es casi ineludible.
El mismo candidato de ChileVamos ha apelado a la figura de Patricio Aylwin y al concepto de la Segunda Transición. Habla de consensos y de un salto al desarrollo. Bien ambas cosas. Pero eso le impone un desafío: generar las condiciones para una nueva gran Concertación.
¿Qué lo favorece? Lo arrinconadas que quedarán las posiciones más “extremas” y lo debilitada de la “vieja” Concertación, herida de muerte por el resultado del gobierno de Michelle Bachelet y una de la Nueva Mayoría que duró lo que su mandato.
Piñera tiene ante sí la posibilidad de “descremar” de forma definitiva a la derecha de los acerbos pinochetistas, los dogmas libre mercadistas y las rigideces valóricas, para abrir espacio a una gran coalición que acoja a los huérfanos del centro liberal, incluso a los progresistas que habitan ahí.
El lunes, el candidato muy probablemente podrá ver que muchos de los que hubieran preferido un Ricardo Lagos se inclinaron por él o están dispuestos a hacerlo en la segunda vuelta. A ellos y a no pocos que marcarán testimonialmente por Carolina Goic, Piñera debe decirles que votar por él no es hacerlo por la derecha de los noventa; que el buen gobierno, los acuerdos y la construcción de una ruta de largo plazo es posible aunando esfuerzos, ideas y personas. Convocando, sin camisetas ni ansiedades.
Quedarán tantos caídos en el camino, que será el momento de recoger y acoger.
¿Y la UDI? Encontrará aliados en el gremialismo. Así como la DC, el partido que fundó Jaime Guzmán puede terminar dividido porque está evidenciado que sus dos culturas internas no podrán coexistir por mucho tiempo más. Y lo que no puede hacer Piñera es pensar que eso será su responsabilidad. Su liderazgo debe darle cuerda a quienes, como Jaime Bellolio o Ernesto Silva, creen firmemente que llegó la hora de renovar caras, discursos y formas de hacer política.
No será automático. Porque la instalación de un gobierno no resistiría el “pataleo” de la presidenta de la UDI desde el minuto uno. Pero sí es urgente que parta dando señales de inmediato. Una relevante, aunque ruidosa, podría ser convocar a alguien como Andrés Velasco o Mariana Aylwin a su gabinete. Difícil. Le dirían que no, pero es casi seguro que el candidato lo ha pensado.
Otra, aunque menos visible desde el comienzo, será a quién marque Piñera como su sucesor para los próximos cuatro años. Ya se ha visto a Andrés Allamand retomando el tono de sus tiempos dorados, cuando su rol en la construcción de acuerdos lo volvió tan poco querido en su derecha y tan mimado por la izquierda.
Piñera tiene la oportunidad de pasar a la historia no sólo por los errores del resto, sino por los aciertos a los que está obligado si lo que busca es más que sólo administrar un período.