Distritos más grandes, campañas más pobres y candidatos más invisibles. Al parecer algo salió mal en el redistritraje electoral y en las normas de transparencia que aprobó el Parlamento cuando se desmontó el sistema binominal y se quiso levantar una muralla china entre el dinero y la política. Las intenciones fueron espléndidas e inobjetables. Los resultados, sin embargo, dejan mucho que desear hasta aquí. Se han presentado problemas que son muy serios. Frente a los parlamentarios que buscan reelegirse, los candidatos desafiantes e independientes están ahora en peores condiciones que antes para convocar y contactar al electorado. También el acceso a financiamiento privado y previo de las campañas se ha vuelto traumático.
Y el clima electoral, que antes sumergía al país en un frenesí propagandístico y convertía las calles y los postes en un paisaje infame y delirante, ahora prácticamente bajó a cero. Tal como van las cosas, hasta es posible que una fracción no menor del electorado más despistado ni siquiera se entere de que en noviembre próximo tendremos elecciones.
Los más damnificados de todo esto parecen ser los partidos de la Nueva Mayoría. Aunque el gobierno en tiempos de Peñailillo diseñó los nuevos distritos con calculadora para asegurar per sécula el control del Parlamento por parte de su coalición, las probabilidades de que eso se cumpla son bajas. Los dos estudios electorales públicos que se han conocido –el de Pepe Auth y el del Instituto Libertad- señalan que ninguno de los bloques políticos en competencia logrará hacerse del control de la Cámara. Ambos son más o menos coincidentes, si bien el de Pepe Auth anticipa cuatro diputados menos para la derecha que los que pronostica el Instituto Libertad. Es una diferencia importante, desde luego, pero no hace la diferencia entre el cielo y la tierra. Lo que sí la hace es la descapitalización política ocurrida en la centroizquierda durante el actual gobierno. Y no hay sistema ni formateo electoral que pueda ocultarla.