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Reacciones Nucleares por Gonzalo Pavón

“El margen para los errores de cálculo se está reduciendo con las horas. Y las grandes preguntas que quedan suspendidas son quién hará el llamado a la cordura, y cuál será el argumento con el que convencerá a las partes a sentarse a negociar”.

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1 Septiembre, 2017

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En 1946, Stalin le dijo al corresponsal ruso-británico Alexander Werth que las bombas atómicas “están destinadas a asustar a los que tienen nervios débiles”. Como lo narra el historiador David Holloway en su extraordinario libro “Stalin and the Bomb: The Soviet Union and Atomic Energy, 1939-1956”, en aquel periodo el Secretario General del Partido Comunista soviético hizo lo imposible para que, en medio de la naciente diplomacia atómica, la Unión Soviética no fuese intimidada en el escenario que comenzaba a desplegarse. De hecho, al año siguiente la URRS comenzó una intensa propaganda sugiriendo —sin pruebas— que ya tenían la bomba que movió los ejes de la Historia.

Uno de los elementos fascinantes de esta trama, es que el primer ensayo nuclear de la URSS ocurrió recién dos años más tarde: el 29 de agosto de 1949. Y el mundo conoció este hecho casi tres semanas después, cuando fue revelado por el presidente de Estados Unidos, Harry Truman. Y es que los rusos intentaron a toda costa ocultar esta prueba que tanto esfuerzo, recursos y tiempo les había demandado, y que era una demostración contundente de su progreso. La persuasiva disquisición de Holloway sobre esta paradoja, radica en el temor ruso de que EEUU pudiese redoblar sus esfuerzos en la carrera armamentista, y que la prueba podría incitar a la administración de Truman a una postura más agresiva contra la Unión Soviética (en caso de que hubiesen adquirido, efectivamente, capacidad atómica). Como corolario de este episodio, hay un dato muy relevante que no puede dejarse atrás: como remarca Holloway, por aquel entonces había voces en EEUU y Gran Bretaña (Churchill, por nombrar a uno), que estaban a favor de una guerra preventiva.

A 70 años de estos acontecimientos, el mundo enfrenta un conflicto de características similares. Con dos grandes diferencias eso sí. La primera, es que quien atiza la amenaza es un país infinitamente menos poderoso que el Imperio Soviético. La segunda, es que la certeza de la aniquilación que entraña el arsenal atómico actual no estaba sobre la mesa en las postrimerías de la Segunda Guerra. Y por esta razón, la primera de estas diferencias le entrega a Corea del Norte una importancia desproporcionada con relación a su tamaño e influencia. Y desde luego que Kim Jong-un sabe que con eso basta.

En este contexto, no debiera sorprender que el líder del inaudito régimen siga obstinado con los lanzamientos de misiles. 14, de hecho, han sido las pruebas en lo que va de 2017. Como señalaba The Atlantic esta semana, si hay una sorpresa en esta locura aparente es la velocidad con la que Pyongyang ha ido cruzando los desafíos de la técnica. Así las cosas, por más que bajo su mando opere un sistema perverso (no vale la pena ahondar ahora en ello), sí vale la pena reflexionar sobre la supuesta irracionalidad de las decisiones de Kim.

Al otro lado del tablero, el presidente Donald Trump llegó a decir esta semana que frente a Corea del Norte “todas las opciones están sobre la mesa” y que las conversaciones “no son la respuesta” frente a su amenaza. Rápidamente, el secretario de Defensa norteamericano se vio en la obligación de salir a contradecir al Comandante en Jefe, y aseguró que la opción diplomática seguía sobre la mesa.

Esta nueva objeción en el tope de la línea de toma de decisiones en Estados Unidos vuelve a poner de relieve dónde podría estar el mayor peligro en esta contienda. Con su incontinencia, Trump ha trabajado laboriosamente para dañar el prestigio y la influencia de su país (y ha tenido bastante éxito en este empeño). Además, su carácter exacerba la duda con relación a su capacidad de tomar decisiones racionales. A estas alturas, ¿quién puede garantizar que su impulsividad no está fuera de control?

Que un régimen como el norcoreano tenga capacidad nuclear representa una amenaza a la estabilidad global es una perogrullada. Pero también lo es que la principal potencia del mundo esté bajo las órdenes de Trump.

Por asimétricos que sean los arsenales y la capacidad de ambos países, EEUU está prácticamente obligado a sentarse a la mesa. En un primer nivel de análisis, hay demasiado en riesgo. Además, el trauma de la guerra de Korea sigue siendo un elemento que pesa en las decisiones.

Dicho lo anterior, cada nuevo lanzamiento de misiles por parte de Corea del Norte amerita una doble lectura. Primero, está el desarrollo técnico. Y segundo, puede advertirse como una oblicua invitación a negociar. Al respecto, consideremos un hecho muy significativo —y a juzgar por los artificios de Stalin— no original: todos los números relativos a la verdadera capacidad atómica de Pyongyang son supuestos.

Siendo la suya una nación-ejército, es probable que lo único que Kim pretenda con esta temeraria retahíla balística sea asegurar la continuidad de su régimen. Para todo el resto, muy lamentablemente, su estrategia no solamente es de suyo peligrosísima: su contraparte no es lo que podría identificarse como un actor racional. Como será que hasta Vladimir Putin dijo este viernes que “la situación en la península de Corea [… ] está al borde de un conflicto masivo”. Y por lo mismo, que “es necesario resolver los problemas de la región por medio de un diálogo directo entre todas las partes interesadas sin poner condiciones previas”.

Por más que algunos aseguren que los misiles norcoreanos llegaron para quedarse, el margen para los errores de cálculo se está reduciendo con las horas. Y las grandes preguntas que quedan suspendidas son quién hará el llamado a la cordura, y cuál será el argumento con el que convencerá a las partes a sentarse a negociar.

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