Bueno, quedó claro lo que quiere la Presidenta: crecimiento, sí, pero en la medida de lo posible.
La analogía claramente es con Aylwin y su criticado “justicia en la medida de lo posible”, pero con una diferencia evidente. Cuando “Don Pato” asumió en el `90 era imposible conseguir verdad y justicia en DD.HH. porque todavía el poder no lo tenía del todo. Si no se consiguió avanzar más, no fue por voluntad propia. La opción presidencial de Bachelet hoy, en cambio, es la expresión auténtica de su voluntad.
Se planteó un dilema entre sustentabilidad y crecimiento (dudoso para los tiempos que corren, pero instalado), y la Presidenta en vez de matizar, exigir y explicar que ambos pueden y deben compatibilizarse, lo tomó al vuelo y arbitró en favor del medioambiente, dejando en claro en qué lugar de sus preferencias está el crecimiento. Y si a alguien le caben dudas, horas antes de conocerse la renuncia de Valdés, Céspedes y Micco, ella declara que “no concibo un desarrollo a espaldas de las personas, donde sólo importen los números”.
La sentencia es explicativa de varias cosas, entre ellas de la lamentable salud de la economía chilena, pero abre una puerta por donde no todos pueden pasar. Declaró de manera tajante que en estas materias hay buenos y malos; los que están por el bienestar de las personas y los insensibles, que por un par de puntos del PIB son capaces de sacrificar a un pingüino de Humboldt.
Y tan quitadito de bulla que parecía Céspedes, tan bonachón, tan decé. Tuvo la opción de votar pasando piola en ese sonado Consejo de Ministros sin que su preferencia cambiara la suerte de Dominga, pero optó por demostrar que un pérfido tecnócrata no es bueno si no maneja la política con la misma habilidad. Se paró de la sala y dejó en acta una bomba de tiempo, que no hizo sino correr el velo que escondió las diferencias que hace rato se habían tenido que tragar.
La partida de Valdés en un taxi de techo amarillo, con el llamado a paro para el 4 de septiembre en el vidrio de atrás es coincidencia… ¡mal pensados!