Hay quienes sostienen que las personas y las instituciones alcanzan la madurez definitiva cuando son capaces de medir las consecuencias de sus actos y actúan en consecuencia , ya sea para abstenerse de algún comportamiento o por el contrario actuar y asumir los resultados.
Si hablamos de un adolescente al que le gusta practicar un deporte extremo, por ejemplo, habrá adquirido la madurez cuando decida no lanzarse más cuesta abajo en una bicicleta por los riesgos que ello implica o si lo hace y se cae no se queje adjudicando responsabilidades a otros o qué, literalmente, le eche la culpa al empedrado y no asuma que existían riesgos en lo que hacía sin decir: “¡Las cosas les pasan a los demás no a mí porque yo soy inmortal!”
Pues bien, en política es exactamente lo mismo, una cosa es decir: Asumimos que las decisiones tienen consecuencias y por el bien superior afrontamos la responsabilidad de nuestros actos y asumimos los costos. Otra muy distinta es “buscar” argumentos, como mensajes de Whatsapp “violentos” y “sexistas” sin haberlos escuchado, pero en definitiva convirtiéndolos en el “empedrado”.
Es decir, asumir que ya no somos adolescentes y por lo tanto no nos sentimos, ni menos somos, inmortales
Al revés de lo que muchos creíamos el Frente Amplio mostró en estos días que es profundamente humano, con esas humanidades que finalmente pueden resultar atractivas. Ahora falta ver si la madurez le llego a los jóvenes impacientes .