Estados Unidos y Corea del Norte: Jugando con fuego atómico
En su columna de este fin de semana, Gonzalo Pavón analiza la escalada que enfrenta a ambas naciones, que es particularmente delicada por las características y los liderazgos de Trump y Kim.
¿Qué cambió en el escenario que de súbito nos encontramos con dos naciones con capacidad atómica entrampadas en una escalada verbal que no habíamos visto en medio siglo?
Una respuesta posible es que el líder de una de ellas se puso al nivel del otro: demostró que está dispuesto a usar las armas en caso de ser necesario. Donald Trump ya lo hizo en Siria y lo hizo en Afganistán. Y todo indica que volverá a hacerlo muy pronto.
Una de las interpretaciones preliminares tras el ataque contra la base aérea de Shayrat, fue que los 59 misiles Tomahawk con los que la Casa Blanca respondió el uso de armas químicas de parte del gobierno sirio, tenían un doble propósito. Por una parte, apuntalar las encuestas que por esos días le daban casi un 60% de rechazo a Donald Trump. Mal que mal, una de sus promesas de campaña había sido restaurar el respeto perdido por Estados Unidos en el escenario internacional, y una nación acostumbrada a las armas puede ser seducida con esta táctica. En dos semanas, este indicador ha caído 10 puntos.
El segundo objetivo era enviar un mensaje a la comunidad internacional: en caso de ser necesario, al presidente estadounidense no le temblarán las manos para jalar los gatillos.
Inicialmente, todos apreciaron que este mensaje tenía un destinatario principal —Vladimir Putin— y uno copiado —Bashar Al Assad—. Lo que se conoció con el pasar de los días es que el más importante era el que estaba con copia oculta: Kim Jong-un.
Dos días después del ataque contra Siria, el almirante estadounidense Harry Harris hizo un anuncio estremecedor: el portaviones nuclear Carl Vinson, junto a un grupo de combate que incluye más de 60 aviones y 6 mil soldados, navegaba hacia Corea del Norte. Esta decisión trajo de inmediato el recuerdo de la Guerra de Corea, la primera parada bélica de la Guerra Fría, que entre junio de 1950 y julio de 1953 dejó un saldo aproximado de 2,5 millones de víctimas.
Ante la partida de la flota, la reacción de parte del régimen norcoreano llegó rápida y altisonante: la respuesta a cualquier provocación sería “sin piedad”, y “los cuarteles generales del Mal” serían “pulverizados en pocos minutos”. No en vano se encendieron las alarmas.
Por lo tanto, cabe preguntarse, ¿qué sería de Corea del Norte si sus amenazas no tuvieran sustento? Aunque los análisis contrafactuales son engañosos, es difícil no pensar que se trataría de una dictadura cruel y ridículamente empobrecida, cuya figuración en el mapa estaría relacionada con su retraso socioeconómico y con la extravagante anécdota de ser un país que técnicamente lleva más de seis décadas en guerra con su vecino del sur. Pero la sola posibilidad, y más bien el temor de que tenga armamento nuclear, la sitúa en un lugar completamente diferente.
Por una parte, se trata de un asunto de desarrollo tecnológico y estratégico. Corea del Sur, que además es el principal aliado de su archienemigo, está a tiro de piedra: entre Pyongyang y Seúl hay menos de 200 kilómetros en línea recta (es decir, menos que entre Santiago y Talca). Por otra, todo el asunto tiene que ver con la manifiesta disposición a echarle mano a ese arsenal, cuyas consecuencias cambiarían completamente las reglas del juego.
Dinastía militar
Kim heredó el trono de su padre, Kim Jong-il, a fines de 2011. Meses después, el 15 abril de 2012, para el centenario del nacimiento de Kim Il-sung (es decir, el abuelo de Kim Jong-un), el nieto del “Presidente Eterno de la República” hizo su primer discurso público ante una silenciosa y expectante multitud. En esa oportunidad, dejó clara cuál sería su doctrina —”Lo militar, primero”— y juró que el tiempo en el que su país podía ser amenazado había terminado para siempre: “La superioridad en tecnología militar ya no es un monopolio de los imperialistas. Tenemos que hacer todos los esfuerzos posibles para fortalecer las fuerzas armadas populares”, afirmó.
Desde entonces, su discurso pasó a la acción, y los ensayos-provocaciones del dictador norcoreano han alarmado de manera continua a la comunidad internacional. Abril de 2014: lanzamiento de un supuesto satélite cuyo objetivo fue apreciado como el test de un misil de largo alcance. Diciembre de 2014: mismo procedimiento, condenado por Corea del Sur, Japón y EEUU. Febrero de 2013 fue el mes en el que se vivió el giro significativo en esta retahíla de pruebas: un ensayo nuclear subterráneo, el tercer test nuclear en 7 años realizado por el régimen. Este ensayo, que fue primeramente detectado por organizaciones Chinas ya que generó un pequeño terremoto, recibió una dura sanción por parte del Consejo de Seguridad de la ONU. Diciembre de 2013: purga y ejecución de su tío, Chang Song-thaek. Con esto, Kim tomó control total sobre el ejército. Enero de 2016: el régimen anunció que había hecho una nueva prueba subterránea con una bomba de hidrógeno, lo que despertó la protesta de la comunidad internacional y el temor de que el régimen había mejorado notablemente su capacidad nuclear. La lista termina con la fallida prueba del pasado 15 de abril, en medio de la parada militar que celebraba un nuevo cumpleaños del abuelo del nuevo líder.
El polvorín
Mientras el tercero de los Kim daba rienda suelta a su doctrina, EEUU contemplaba con un dejo de indolencia lo que ocurría en Pyongyang. Sanciones más, sanciones menos, el desarrollo armamentístico y sus pruebas siguieron en el aire, y explotan en la encrucijada de hoy. En consecuencia, algo de responsabilidad le cae a Barack Obama: más pendiente de su eventual legado, y muy seducido por la irresistible vanidad del poder, estaba más ocupado de sí mismo que del resto. El problema es que le legó una situación a un heredero cuyas cualidades para resolver estos conflictos están lejos de estar acreditadas. Además, a juzgar por la conducta demostrada en el tiempo que lleva en el cargo, es difícil prever si tiene las aptitudes para enfrentar los desafíos del teatro geopolítico actual.
Como lo anticipó en el discurso con el que asumió la presidencia, Trump está empecinado en rearticular el excepcionalismo estadounidense. “No buscamos imponer nuestro estilo de vida a nadie, pero sí dejar que brille como un ejemplo que todos puedan seguir”. No por nada, la prensa en EEUU ya analiza que está haciendo una redefinición “irónica y perturbadora” de este rasgo.
Y es la conjunción de esta revigorizada conceptualización de Trump (armas mediante) con la doctrina nuclear de Kim la que instala un polvorín de insospechadas consecuencias, en el que un pequeño error de cálculo podría costar millones de vidas.
¿Significa esto entonces que el choque entre Trump y Kim terminará en un conflicto global? Como decía Joaquín Fermandois en Duna, es muy improbable que esto ocurra. Como sea, la percepción que Trump tiene del mundo y del rol que EEUU debe jugar en él, vis a vis la determinación de Kim de jugar al todo o nada tendría consecuencias catastróficas. De los poco más de 50 millones de habitantes que tiene Corea del Sur, 10 millones viven en la capital. Un ataque norcoreano sobre zonas extremadamente densas como Seúl, particularmente si su capacidad armamentística nuclear está en estado operativo, devolvería un horror único que no hemos visto desde el fin mismo de la Segunda Guerra. Para este caso específico, además, porque EEUU sólo tendría la alternativa de reaccionar contra la Corea “Democrática”.
Por sombrío que parezca el escenario, que aunque tenga elementos comunes en estricto rigor no corresponde a un renacimiento de la Guerra Fría, puede advertirse el inicio de una eventual salida. La amenaza de la destrucción total que enfrentaron Estados Unidos y la Unión Soviética dio paso al multilateralismo como herramienta esencial de solución de conflictos. Aparentemente, China está construyendo puentes para que esta escalada se resuelva con una negociación y no con un enfrentamiento que no tiene cómo no ser sanguinario. Es el único país, además, que tiene las facultades para intentarlo. Es de esperar que Xi Jinping luzca sus pergaminos en esta baza, y que el Presidente de la República Popular China, además de un buen político, sea un buen ingeniero.