Las dos imágenes de la semana partieron de dos hechos inesperados.
La funa al ministro de Hacienda mientras pagaba una apuesta al presidente ejecutivo de Codelco había convocado prensa para que quedara plasmada la “simpatía” de la ocasión: dos personeros comiéndose un sándwich a vista de todo el mundo.
El cafecito con pie de limón de los dos ex presidentes-candidatos en la cafetería de las radios de nuestro Grupo Dial, en tanto, surgió de un encuentro en la puerta de salida, después de que cada uno terminara las entrevistas que concedían en radios Zero y Duna. Así, sin conspiraciones internacionales para rescatar el neoliberalismo, como leí en uno los tantos tuiteos insólitos que comentaron la escena. Y sin que hubiera una convocatoria manifiesta del “partido del orden”, como tan graciosamente expuso El Mostrador.
Como sea, ambas imágenes terminaron simbolizando mucho más de lo que pudieron pretender.
La funa al ministro es ese pedacito de Chile mala onda, resentido, rabioso, desinformado, a ratos mañosamente manipulado, intolerante, patudo, grosero, endeudado.
El cafecito presidencial es el Chile republicano, sano, cívico, respetuoso, dialogante.
El primero hace ruido y genera realidades. Tanto que a veces desconcierta y hace que el segundo asuma posiciones, prometa y genere expectativas más allá de lo posible. Pero nadie puede creer sinceramente que el mal rato del ministro sea el Chile de hoy. Es una parte de la superficie de algo mucho más profundo, arraigado e histórico.
Nos gusta el pataleo y todos tienen derecho al suyo. Pero mucho más nos gusta sentir que vivimos en un país que se reconoce, aunque sea con nostalgia, en escenas como la de Lagos y Piñera debatiendo apasionadamente sobre pensiones en un improvisado desayuno.